Por Carlos Flores
«Para mí, el mayor placer de la escritura no
es el tema que se trate, sino la música que hacen las palabras.»
Truman Capote
Escribir no es una actividad, es un hábito. Es como morderse las uñas o tronarse los huesos. Está tan cimentado en el interior del ser humano que es parte de su esencia. Así como el ave está hecha para volar libre por los aires, como el pez para deslizarse entre las corrientes oceánicas, como el fiel compañero que huele cada rincón del paisaje, así es el escribir. Pero no es algo que se ocurre una mañana de pronto, luego de haber navegado con Morfeo por oníricos laberintos, no, es algo que está latente, como el patear una lata en el callejón o arrojar una piedra hacia el agua con la esperanza que rebote. A todos nos llama la musa, a algunos con más fuerza que a otros. Alguien apenas sentirá un susurro al ver la hoja en blanco, y sus manos atinarán a trazar un garabato o el propio nombre, pero para otros es como el llamado de las sirenas, que difícilmente pueden resistir las amarras del mástil, y que como Odiseo se sienten arrebatados por escribir.
Lamentablemente quien aquí imprime estos caracteres no es de estos últimos, es apenas alguien que concibe el escribir como una necesidad de expresar lo que siente y lo que cree, que vislumbra en lo literario una forma de decir lo que no se puede decir de frente, al chile, pues a veces las formas orales no alcanzan nada más que para decir frases elaboradas como un “buenos días”, “gusto en conocerlo”, “espero volverlo a ver”, etcétera; pero el “tienes una mirada extraña” y “hueles como un armario viejo y abandonado”, o el “quisiera entrar en tu cuerpo y sentir la tibieza de tu piel, quedarme pegado a ti para siempre”, se quedan dentro de uno, reprimidos por las formas morales y los usos y costumbres.
Pero al escribir uno puede olvidarse de esas formas, pues las únicas que hay que seguir, y eso no siempre, son las normas gramaticales y sintácticas. Se olvida uno a veces del mundo real para viajar a otro mundo más inmenso y muchas veces más interesante: el subjetivo. Es tremendamente asombroso como en ese terreno se puede mezclar el mundo real con el ficticio, de tal manera que un pez puede representar a un ser humano, como las nubes sugieren formas en las pueriles cabezas que observan con sus pequeños ojos el cielo en busca de algo que no está sobre la tierra. De tal manera se puede representar al pueblo como un rebaño de ovejas, y al poderoso como un lobo y su jauría; y quizá, el héroe de la historia podría ser esa oveja negra, o el perro pastor que cuida el rebaño. El mundo simbólico nos permite configurar una infinidad de mundos, las letras como piezas de un juego para armar.
Pero hay algo más que entra en juego a la hora de escribir, eso a lo que se le llama Lo literario, esa forma de construir frases, oraciones, párrafos, textos enteros con un lenguaje poco común, es aquello que me permite decir que podría ahogarme en la profundidad de sus ojos, o que podría desvanecerme en la sinuosidad de su piel, o evaporarme ante el calor de dermis. Al escribir se tiene que buscar la forma de decir lo que se siente o piensa de una manera propia, porque el texto de uno es como una firma, como un olor característico. Es por eso que quienes escriben autoayuda no logran encontrar lo literario, pues no es la musa quien les invita, sino el señor don Dinero.
Cuando la musa le llama a uno, poco importa si uno puede publicar o no, o si se gana un premio, o si le gustó el poema a la vecinita del nueve; cuando la musa llama uno se convierte en su esclavo, en el sirviente fiel de la pluma que le arrastra a uno a llenar hojas y hojas con garabatos que se concretizan en ideas, sueños, sensaciones, sentimientos, miedos vencidos, rencores olvidados, dolores atorados. Escribir es escuchar a la musa, pues es ella quien habla a través de uno, pero nosotros, vanidosos y seres expresivos por naturaleza, no podemos dejar de imprimir en las sugestiones de la musa atisbos de lo que somos y queremos, de aquello que no nos deja dormir, que nos atormenta, de aquello que se está moviendo dentro de nosotros para salir y esparcirse por las hojas blancas, sin importar si alguien lo pueda leer o no. Escribir, como dije antes, es una necesidad.