El fuego tiene un lugar especial en la vida del ser humano. Desde tiempos inmemoriales las culturas primigenias le han puesto un lugar central para el desarrollo de las culturas como símbolo de protección, conocimiento y poder, pero las llamas también pueden ser peligrosas. Si pensamos en el fuego, casi por antonomasia, nos remitimos al favor de Prometeo o de un tlacuache, dos seres míticos que desde sus propios orígenes nos dotan de un elemento necesario para la supervivencia; también en los enseres bíblicos las lenguas de fuego en las cabezas se nos revelan como dones para la comunicación con el fin de propagar las palabras divinas entre los seres del mundo.
Las llamas también significan expiación y castigo, por lo que en nuestros oídos resuenan los gritos desesperados de aquellas mujeres que fueron quemadas en hogueras por mostrar su inconformidad con la relación de la feminidad con el mundo que las rodeaba. Llamar el fuego también es un signo de las revoluciones que pretenden un lugar más justo y menos precarizado, masas enardecidas que toman la pira en sus manos para quemar una alhóndiga y llamar al bloqueo en medio de las barricadas.
Sin embargo, pensar en el fuego también me remite al calor de la hoguera en casa de mi abuela, al cariño de sus manos tomando un cigarro entre sus dedos y a la compañía de unos leños incendiados en medio del patio una noche de invierno. El calor, por tanto, también significa una llama que se comparte y que se trae envuelto entre un itacate para repartir entre los compañeros de jornada en medio de las parcelas de chile y frijol.
De esta manera el fuego interno también se calienta con la compañía y solidaridad de quienes nos acompañan en nuestro caminar diario y, a veces, vale la simplicidad de un mechero para guardar en él no sólo el gas y la piedra necesarios para empezar a propagar de mano a mano un poco de lo que guardamos para sí.
El Mechero toma la forma de un símbolo de amistad y cariño, es un proyecto que nace desde el amor y con los horizontes abiertos para que todas y todos sean bienvenidos: pásele con una miga de pan y una taza de café, con una cerveza, un mezcal o un pulque, a degustar lo que traemos para ustedes. Vengan, vamos juntos a tomar una cerilla en nuestras manos para hacer de éste su lugar de confianza y placer. No prometemos tenerlo todo, pero prometemos que lo que se presente nacerá desde la calidad y el amor por nuestro entorno.
Arrasemos con los laberintos y las murallas, pero también incendiemos en la hoguera desde el calorcito de esta esquina buscando la quintaesencia de lo que no puede ser encontrado. ¿Tienen fuego? Incendiemos juntos la cultura.
Por Karen Salazar Mar
Directora de El Mechero