Frente a nuestros ojos los universos: fractales y fractales danzan en círculos, suben y bajan, se desdoblan, son individuos y colmena. Al centro hay un elemento que nos lleva al punto de fuga: una flor blanca de cuyo interior reverberan las ramas-cabellos de las mandrágoras. Hay movimiento en las telas, en la inocencia, en la calma y en las sonrisas de los rostros, una circularidad que nos recuerda lo perpetuo: la juventud transmutada en una ronda primaveral que se menea en el sentido del reloj. La rueca de la vida no se detiene.
Las mitologías se asoman sutilmente entre las pinceladas: los animales en cuyos lomos se edifican las civilizaciones, cambian los tonos, las profundidades y las texturas, pero permanecen las geometrías y pinceladas barrocas. Se desdoblan los ojos, se consolidan los fondos ocres y el agua fluye constante. Los colores son fuertes, como las raíces que atraviesan una piel áspera, como la de una tierra erosionada; ambas están agrietadas por el paso del tiempo.
En la obra de Gonzalo Lizardo nada está dado por sentado: la androginia juguetea con la tradición, los mitos se reescriben entre bestias híbridas, el futurismo cuenta las historias milenarias y el pasado se ve con los miles de ojos de las deidades que –pudiera ser– vienen del futuro. Nada está escrito, excepto tal vez la diversión y el experimento: degollar un gallo y colocar pestañas, toros y lobos azules afuera de una fogata milenaria, dientes afilados, el alimento ancestral rodeando la comuna y la fogata como centro –y regresamos al inicio- de lo ancestral.
Cada detalle convierte a la parte en el todo, cada hoja seca sobre el estanque donde nadan sutilmente las estaciones de los años y las culturas conocidas por Gonzalo: lo mismo en ésta se consuma el otoño, que en la otra la primavera, lo mismo nadan dragones que vuelan axolotes antropomorfizados, lo mismo la ciudad se vuelve laberinto que un caparazón.
¿Se sale o se entra? ¿Se sumerge o emerge? ¿Se cae o asciende? Nada está establecido, nada salvo la música, el baile y la naturaleza que juega consigo misma y se recrea. El triunfo del fuego y la carne es el inicio, emprendamos de nuevo el ritual de lo sagrado.
Desde aquí, en medio del caos y la entropía, de las murallas y el estanque, les envío estas pequeñas postales con las impresiones de una obra que me ha maravillado por la profundidad de la forma y el contenido, no pierda la oportunidad de encontrarse con esta primera exposición de mi querido amigo Gonzalo Lizardo en la Galería Irma Valerio. Vamos de paseo a otra historia de la humanidad y, no lo olviden: ¡juntos incendiamos la cultura!
Karen Salazar Mar
Directora de El Mechero