GIBRÁN ALVARADO
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Cualquier carrera artística, cuando se observa en retrospectiva, tiene sus momentos, sobre todo si se toman en cuenta los momentos históricos, lo cual siempre forma parte, a veces inconsciente, de los objetos artísticos, como lo mencionaba el teórico Jan Mukařovský al identificar los elementos estéticos y extraestéticos en las obras. Esto sucede con el filme de esta semana. ¿Qué he hecho yo para merecer esto? (1984) deja de lado las anteriores pretensiones evidentes del director y se centra en los microcosmos familiares de los pisos madrileños de la época; así como en anteriores películas fuimos espectadores de La movida, la revolución sexual postfranquista y la vida juvenil desenfrenada, en este largometraje todo se encamina hacia la vida familiar pero abordada más allá de los atisbos que se entrevieron con anterioridad.
Po ejemplo, los matrimonios frustrados por la vida doble de los participantes en ese contrato conyugal que funcionaba para aparentar frente a la sociedad conservadora, homosexuales insatisfechos y dándose la doble vida… todo esto pasa al siguiente nivel, cuando se comienza a revelar una “vida” en la que el machismo está presente a cada momento, la violencia perpetrada en cada acción del hombre frente a la mujer ideal, abnegada, ama de casa en la espera de que se le provea mínimo económicamente pese a llevar las riendas de todo un hogar con dos hijos y con la suegra a cuestas.
Entonces, ahí entra en el discurso sobre la “decencia”, lo que el marido considera relevante para su mujer, puesto que tienen como vecina a una “puta” y qué vergüenza que conviva con ella. Como todas las pelis de Almodóvar, se muestra todo un mosaico de realidades, padres ausentes, madres que tienen que llevar la casa a cuestas, cleptómanas, suicidios y demás aderezos que hacen de ¿Qué he hecho yo para merecer esto? (1984) una muestra de lo que puede encontrarse en los pequeños pisos de Madrid, esos donde Gloria encontrará, al final, ese vacío que da tranquilidad, que da libertad y por un momento la encamina a tener un pensamiento de caída, hasta que llega su hijo menor y le da ese asidero que la hará continuar.
Nuevamente, hay algo “almodovariano” en el relato, pero también se nota ese cambio en la mirada de sus primeros largometrajes, críticos, incisivos hacia una sociedad, ahora va hacia los problemas que aquejan otra realidad de ese mismo entorno, va hacia una crítica más íntima porque muestra que el contentillo personal necesita varias cosas para aplacarse. Todos, alguna vez en la vida nos hemos preguntado: ¿qué he hecho yo para merecer esto? A modo de colofón, habrá que leer “Lamb to the Slaughter”, de Roald Dahl y compararlo con el desenlace de la peli.