
Alerta de spoilers…
DANIELA ALBARRÁN
La primera escena de El Eternauta muestra a tres adolescentes a bordo de un velero, celebrando el inicio del viaje de una de ellas. De repente, tras un abrazo inesperado, se ve cómo la ciudad de Buenos Aires se apaga poco a poco. Al ver esta escena no pude evitar pensar en Las cosas que perdimos en el fuego de Mariana Enríquez. Tal vez por el beso entre adolescentes, tal vez por el apagón, o quizá porque Argentina es el territorio común en el que ambas historias se desarrollan.
Sin embargo, al terminar de ver la serie —que, por cierto, recomiendo totalmente— sentí que sí, que hay muchos vasos comunicantes entre El Eternauta y la obra de Enríquez. Y aquí lo desarrollo:
La dictadura
El autor de El Eternauta es Héctor Germán Oesterheld, quien, junto con sus cuatro hijas, fue desaparecido por la dictadura en 1977. La historieta fue publicada en 1957, en plena Revolución Libertadora, una época marcada por la represión y desaparición de personas opositoras al régimen. En ese sentido, ambas obras comparten un trasfondo político similar, aunque estén separadas por casi cincuenta años. Las cosas que perdimos en el fuego (2016) se sitúa en un contexto de posdictadura, pero la sombra de ese pasado sigue presente.
En El Eternauta vemos un escenario apocalíptico: una misteriosa nevada comienza a matar a la gente sin explicación aparente. La nieve es una amenaza ambiental y de ciencia ficción, pero también simbólica, una forma de reflejar un contexto político caótico. La nieve, que borra vidas, puede verse como una metáfora de la desaparición. Lo mismo sucede con la oscuridad en “La casa de Adela”, donde un miembro del cuerpo de Adela desaparece misteriosamente. Nieve y oscuridad parecen encarnar, en distintos momentos históricos, el mismo terror dictatorial.
La casa como escenario principal
Otro de los elementos que me parece ambos tienen en común, es la casa como ente, como personaje. En “La casa de Adela”, la casa-cáscara es un personaje vivo, que se engulle a Adela. Y en El Eternauta, la casa de El Tano, que funge como punto de encuentro de los amigos, pero también, en medio del caos es un refugio seguro, un barco en medio de la nada, un safeplace que los hace volver, pero también sostenerse juntos, crear una pequeña comunidad, una sociedad que pretende sobrevivir al fin del mundo y esto me enlaza al siguiente punto:
La colectividad
Cuando pienso en colectividad me viene a la mente el cuento homónimo de Las cosas que perdimos en el fuego. Las mujeres que se prenden fuego representan una forma radical de resistencia colectiva. En El Eternauta, dentro de la casa de El Tano también se gesta una colectividad: un grupo que se sostiene mutuamente en medio del desastre, que encuentra en el otro el sentido de seguir viviendo. Eso me parece maravilloso: en tiempos de crisis extrema, lo único que puede salvarnos es crear comunidad. En El Eternauta no hay soledad, sino vínculos humanos que se entretejen hasta formar una nueva sociedad. Lo mismo ocurre en Enríquez: no hay nada más colectivo que esas hogueras encendidas y las quemas como forma de protesta. En El Eternauta, la postura política es la amistad. Y no hay acto más valiente que sostener la amistad en medio de un sistema social y político roto.
La oscuridad
En el último capítulo de El Eternauta, la gente adora a un ser con miles de dedos en las manos. Esa escena me remitió de inmediato a Nuestra parte de noche, donde un ente llamado “La Oscuridad” es venerado por “La Orden”, una secta que le ofrece sacrificios humanos. Allí también hay un médium, Pablo, que tiene visiones, al igual que Juan Salvo en El Eternauta, quien desarrolla premoniciones sobre la cosa que se verá hasta el final.
El Eternauta es una serie maravillosa. Ojalá todo el mundo la vea. Es divertida, emocionante, y me encanta que los protagonistas no sean jóvenes. Muestra el terror latinoamericano desde la cotidianidad, desde la amistad, desde el amor, y desde ese miedo profundo de perder el hogar y la necesidad de luchar por conservarlo.
Tanto la obra de Mariana Enríquez como El Eternauta son productos nacidos de las heridas de la dictadura (y posdictadura) y es fundamental leerlos, quizá, desde el ojo político que los circunda.