ALONDRA R. GÓMEZ
Querido Leopold:
Acá hace calor. La crisis climática ya nos ha alcanzado. En Zacatecas nunca hizo tanto calor. 25 grados ya nos parecían inferno. Ahora todo es distinto. Ya a un cuarto del siglo veintiuno. Yo nací en el dos mil. Imagínese. No pretendo extrañar tiempos que no me pertenecen. No me corresponde echar de menos sombras oxidadas de olvido. O de recuerdos a conveniencia. Me dispuse a salir a caminar. Son cerca de las ocho de la mañana. Desde que ya no tengo a dónde ir, busco. Cierro la puerta con llave. Cierro los ojos y miro.
La ciudad de mañana es distinta. El cielo se detiene a encender las luces. Ya se bajó el tráfico matutino. Aquí los días no empiezan tan temprano. En otros lugares sí. Es lindo poder empezar el día más tarde. Aunque eso implique terminarlo más tarde. Los días ya no nos pertenecen. Son del trabajo. De ese cansancio que te impide dormir. El descanso es privilegio. Ya todo avanza a velocidades alarmantes. Y mire que yo no hago mucho más que leer y escribir. Ya se hará una idea del ritmo de mis días.
Bajo por un callejón a la Guerrero. Las farmacias y las ópticas permanecen cerradas. La fuente de los faroles está apagada. Me dirijo hacia la catedral. Uno termina por saberse las calles de memoria. Dónde no pisar. Hacia dónde mirar. Cómo cruzar de banqueta. Cuándo no salir. Quizá ahora no debí salir. Algo tiene la brisa fresca de la ausencia de sol. No se me adhiere a la cara. Pasa y sigue de largo. Hasta parece que lleva prisa. Parece que yo llevo prisa. Reduzco la velocidad de mi andar. La velocidad y el peso. Hoy salí sin el celular. Mire, un anacronismo. Mi mano lo busca en automático. Quizá ese tiempo en que no tenía celular sí lo extraño. Me tocó una infancia como su vida, un poco de siglo veinte resistiéndose a irse.
Es cierto eso de que la infancia es un periodo muy solitario. La mía se me quedó en casa de mis padres. Rara vez busco su compañía. Pero ahora no puedo no pensar en ella. En cuando no retrocedía en busca de mis pasos equívocos. No había atrás para ir. Sólo hacia adelante. La catedral está abierta. Ese silencio es atrayente. Tal vez la dejan abierta toda la noche. Me reconforta esa idea. Un sitio al que ir cuando no hay a donde ir. Quizá la abren a las siete. Creo que dan misa a las siete. Sigo de largo. Plaza de armas. Toda la avenida Hidalgo. Alcanzo la fuente de los conquistadores y me siento. Me miro en el agua. Cómo pasan los años. Le escribo 120 años en el futuro. Por lo pronto, sólo cierro los ojos y miro.
Con cariño, Alondra.
Portrait of the Artist as a Family Man (infografía)