Adso E. Gutiérrez Espinoza
“Mira, má, ahí fue donde morí”, Laura me dijo al estacionar el coche frente a una antigua casona, “aquí me sentaba con mis hermanas a tejer mientras Mami Carmen iba al molino… debiste verla, estaba toda chula… allá se sentaba la Gorda a esperar a mi apádon José, incluso después de que él murió…¡Guau! Ese arbolote… ahí laenterramos”.
“¿Qué tanto recuerdas de esos tiempos, Lau?”, Memo preguntó, mostró un repentino interés. Antes había considero esto como una locura, Laura llevaba años expresando su añoranza por Mami Carmen y sus hermanas de manera tan vívida que Memo se sentía confundido. “¿Estás segura de haber vivido acá?”, suspiró, “¿allá lo enterraron?”.
“¡No! Mi apá don José duerme en la tumba partida que vimos esta mañana, esa con el ángel sin manos… vendía muchas cosas y con eso Mami Carmen pagó todito”.
Memose mordió la uña del dedo gordo y arrancó un pedazo para comérsela. Vi un poco de sangre en el dedo. Estos temas le inquietaban mucho. Saqué unas fotografías con mi celular. La casona se estaba cayendo, daba la impresión de que una buena tormenta la derribaría. Pero también, en los años de don Porfirio, las casas se hacían para durar.
Laura empujó la puerta y tembló toda, parecía que todo se iba a caer. Memo se quedó parado, nervioso, yo fui detrás de ella. Dentro, olía a humedad y tierra mojada, la madera estaba toda astilla. Laura corrió a la cocina, donde todo era más oloroso. Me decía contenta que aquí Mami Carmen le hacía de todo. “Sabía lo que hacía, le encantaba cocinar”, una lástima, yo incluso quemo hasta el agua. Abrió unas puertas y no encontramos nada.
“¿Qué es lo que buscas?, le pregunté, detrás vi a Memo, agarrándose los codos, trataba de contenerse para no salir corriendo. No le gustaba estar aquí… no quería estar aquí, “¿quieres esperarnos afuera en la camioneta?”, él no me respondió, yo seguí viendo el suelo, sentía que todo se vendría abajo, “¿habrá ratas?”.
“Debimos traernos a la Güera, por si nos salían ratas”, Lau dijo, “aunque no creo, ellas huelen más… nos temen más, ¿sabes?”
“¡Mira!”, Memo nos gritó, vi que traía un pedazo de papel viejísimo; Laura corrió y yo detrás. Era una vieja fotografía que encontró por ahí. Eran tres mujeres. Laura la tomó y se reconoció, “¿quién eres?”
Laura la miró, de arriba abajo. En una esquina decía quince de diciembre. La adulta estaba detrás de dos niñas, ella era la más alta y las otras casi del mismo tamaño. Las niñas se parecían mucho, pero sí se distinguían:una era más robusta que la otra;la adulta tenía el abdomen abultado y una con un largo vestido de la época.
“Seguro es la más alta”, pensé, se veía más avivada y menos simple. La otra se veía un poco torpe, sin caer en lo idiota, “¿estaría embarazada, porque Carmen se veía algo gorda?”. Laura miró por un tiempo.
“¿Quién eres?”, Memo repitió la pregunta, lo notaba más nervioso. Le miré fijamente y se disculpó, aunque yo también quería saber quién de ellas era. ¿Y si ella fuera la nonata?, “perdón, es que…”
“Ella”, Laura dice, “la más alta, la mayor… don José quiso tener una foto de nosotras, antes de que naciera Luisa María”.
“¿Ya sabías que ella era tu hermana?”, le pregunté.Lau asintió. Después, Memo le preguntó cómo había muerto, “unos campesinos llegaron, mataron a nuestros animales… después, nos dispararon justo aquí”, apuntó en su frente, donde tenía su… ¿marca de nacimiento?, “yo morí ahí, mis hermanas allá y la última fue Mami Carmen… apá don José ya había muerto años atrás”.
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