DAVID CASTAÑEDA ÁLVAREZ
La fascinación por los enigmas quizá no tenga una edad definida en la historia de la humanidad. Nos gusta inventar códigos, balbuceos, lenguajes que sólo pueden entender unos pocos. Incluso la escritura, en sus orígenes, se basó en representaciones enigmáticas que, en realidad, sustituían imágenes. Sin duda, la civilización más famosa que escribió en imágenes fue la egipcia. Por siglos, los jeroglíficos capturaron la atención de sabios y estudiosos que se afanaban en revelar su secreto.
En redes sociales circulan memes que combinan imágenes y letras para cifrar un mensaje. Es divertido pensar en el significado de ese juego, pues el nombre de los objetos es distinto para cada quien o tiene varios sinónimos, y a veces pensamos que, una imagen como la que se muestra a continuación, dice Quesa-Perico-N, en lugar de Queca-Loro-N.
Esta cifras, juegos o enigmas existen desde hace mucho tiempo y se les conoció con el nombre de rebus. A este tipo de construcciones icono lingüísticas se les atribuye una influencia del jeroglífico egipcio. Los rebus cobraron relevancia durante el Renacimiento. Incluso podemos encontrar estos ejercicios en los cuadernos de dibujo de Leonardo Da Vinci. Bianca F.-C. Calabresi menciona en A material history of rebuses que tales artificios se usaron como sellos, colocados sobre distintos materiales, que identificaban personas, talleres, artistas, etc., por lo que prefiguraron lo que hoy conocemos como logos o marcas.
Durante el periodo de los virreinatos americanos, a finales del siglo XVI y principios del XVII los rebus tuvieron una particular popularidad entre los círculos letrados y se difundían mediante certámenes literarios. En esa época había un gusto por el artificio, el ingenio y los conceptos intrincados, por lo que esa combinación de imágenes y palabras encontró un cauce y una gran aceptación por parte de aquellas personas que querían ganar fama en las letras.
La lectura del rebus funciona de dos maneras: 1) al leer la imagen como un concepto y 2) al leer la imagen como un sonido; es decir, combina la imagen conceptual con la acústica. Esto lo aprovecharon los ingenios de diversas latitudes para construir poemas enteros sobre temas variados en la que presentaban el poema mudo, como tal, acompañado de una “llave” o “demostración” del mismo poema donde se incluía la “traducción” verbal de cada imagen, así como la composición del verso una vez que se lee de corrido tal como en el siguiente ejemplo de Manuel Antonio Valdés de 1780:
La tradición del rebus continuó con cierta popularidad en libros para niños, sobre todo en lengua inglesa, durante los siglos XIX y XX. En internet podemos encontrar bastantes ejemplos de aquellos textos. En el siglo XXI es curioso ver que la práctica de los rebuses continúa en una diversidad de materiales escolares que enfatizan la práctica de la lecto-escritura. Colocan la imagen donde debería estar la palabra y viceversa.
Con las redes sociales y el internet, se ha popularizado el uso de emojis, stickers, gifts, etc., para sustituir palabras o conceptos al punto que se crean nuevos rebuses (adaptados a los gustos y la ironía modernos), e incluso artificios poéticos hechos a partir de emojis. Ciframos nuestro propio lenguaje con otros lenguajes. Mientras no termine esa fascinación por el enigma (por des-cifrar), no terminará nuestra forma de decir cosas calladamente.