MARIFER MARTÍNEZ QUINTANILLA
Me resulta complicado cuando, de la nada, sin señas ni conversaciones previas, sin noción alguna de sus gustos, alguien me pide una recomendación personal de algún libro. Claro, tengo muy presente ciertos títulos que son mi respuesta automática porque creo que son maravillosos literariamente y fáciles de disfrutar. Pero cuando me dicen “algo que podría gustarme a mí”, ahí es cuando aparece el reto. Recomendar un libro no tiene que ver con que seas un gran lector (lo que sea que eso signifique) o que leas muchísimo; tiene que ver con cómo lees a la persona que te lo pide. Y regalar un libro puede ser peor, porque te aventuras a leer a la persona y regalar algo que no han pedido. Tienes que escarbar, sí, en tus lecturas, y no exclusivamente en las más recientes; tienes que escarbar en lo que conoces de esa persona; tienes que acotar qué temas le interesan, qué personalidad tiene, qué espera de la lectura.
Qué espera de la lectura y, por ende, qué espero yo. He descubierto que es en ese punto donde más dificultades tengo para poder recomendar porque, sinceramente, me gusta leer de forma un poco exhaustiva, me gusta que un libro me sorprenda y tener que reposar un tiempo lo que leí; no disfruto tanto poder leer rápido. Y, a eso le sumo, que me gusta leer por proyectos.
Hace unas semanas estaba sentada, acompañada, en El Péndulo. La idea era cenar y buscar un libro para una amiga, un detalle por hospedarnos un fin de semana. Le encanta leer, en el sentido de la palabra: lo disfruta, le gusta sentirse bien y contenta después de leer. Estuve haciendo una lista de libros posibles a partir de ciertas categorías: crítica social, feminismo, género fantástico, género negro, poesía; temas que tocaran las desapariciones, la violencia estructural; libros que recibieron premios hace poco por su portentosa voz… Mientras hablaba y argumentaba qué aportaba cada uno de estos libros, M. me señaló que no se trataba de entregar un libro denso (emocional y literariamente hablando) ni de encargar una tarea: era un regalo para disfrutar. Me quedé en blanco.
Con esto no quiero decir que no disfruto cuando leo, de ser así no lo haría y tampoco hubiera elegido la literatura como mi profesión, pero ése es el detalle: es mi profesión. A esto me dedico. Leer pasó a otra cosa más allá del gusto.
Tuve que detenerme y recordar qué libros he leído y que más allá de mi juicio arbitrario sobre ellos me hayan parecido lecturas agradables o que las haya disfrutado sólo por el placer de leer. Así que, aquí va una lista:
Hamnet de Maggie O’Farrell.
Punto de Cruz de Jazmina Barrera
Bonsái y Formas de volver a casa de Alejandro Zambra
Salvo mi corazón, todo está bien y El olvido que seremos de Héctor Abad Faciolince
Orgullo y prejuicio, Persuasión y Emma de Jane Austen
Diente de león de María Baranda
Las sirenas sueñan con trilobites y Buenas noches Laika de Martha Riva Palacio Obón
Otro giro de tuerca de Henry James
The End of the Story de Lydia Davis
Nuestra parte de noche y toda la narrativa de Mariana Enríquez
Una mujer de Sibilla Aleramo
Todos deberíamos romper de Marta Gordo
Betty de Tiffany McDaniel
Poesía completa de Idea Vilariño
La telenovela de las cuatro no se detendrá porque alguien decidió matarse y Cuenta regresiva de A. E. Quintero
Para mí la tierra de Antonia Pozzi
Estado de exilio de Cristina Peri Rossi
Antología poética de Rafael Cadenas