DANIELA ALBARRÁN
Conocí La gente en los árboles de Hanya Yanagihara porque Liliana Blum, en su libro El monstruo pentápodo tiene un epígrafe extraído de ese libro. Una de las cosas maravillosa de la literatura es que tiene un efecto dominó: cuando lees un libro te puede remitir a muchos otros. Y en este caso, Liliana Blum me dio la oportunidad de conocer uno de los libros más hermosos y tristes que he leído.
La narración comienza con recortes de periódicos donde la noticia principal es que el Dr. Norton Perina, Premio Nobel de ciencias es acusado de abuso sexual a menores; posteriormente es el mismo Norton quien a modo de memoria nos dibuja su vida, desde que fue niño hasta que llegó a la cárcel, giño giño a Humbert Humbert.
La gente en los árboles es una narración fascinante, pues la voz de Perina es rápida, fácil de digerir y a la vez tiene un diálogo constante con el lector; pone en entredicho cualquier creencia ética, moral y religiosa que tanto él como el resto del mundo puedan tener.
Al principio, con una mente de científico se acerca a la comunidad de Ivu’ivu, una isla virgen en Hawai, donde él junto con dos científicos más van a estudiar a la población indígena. Pues uno de sus compañeros le asegura que son personas anormalmente longevas e, incluso, se puede decir que son inmortales.
Perina se adentra a esa nueva forma de pensamiento, una sociedad “desconocida” para él, donde nada de lo occidental ni lo oriental existe, son seres “salvajes”, pero con una filosofía de vida y rituales propios y con una moral muy distinta a la que tanto el lector como el narrador se tienen que enfrentar. Porque, aunque parecían seres humanos esto nos comenta el narrador:
“Se tomaban en consideración y estaban bien cubiertas, de una vida reducida a lo más esencial y sin embargo, cómoda y plena. ¿Cuántas sociedades pueden presumir de eso mismo, de haber identificado y abastecido cuanto necesitan? Había comida, agua y herramientas para poder ofenderse, no solo en cantidad suficiente, sino de sobra. Aquel, pensé con aprobación era un lugar sin necesidades, y por tanto sin carencias”. (pág. 168).
Esas personas vivían en chozas y apenas si se cubrían sus cuerpos con algunas hojas selváticas, pero lo interesante y horroroso desde una perspectiva occidental, que es desde donde se encuentra el narrador, es la forma en que ven la sexualidad y la infancia. Esta comunidad no conoce el pudor, entonces, tienen relaciones sexuales en público, no les da pena porque ven el sexo como algo natural y necesario. Perina, frente a esta situación se escandaliza y asquea, más cuando se dan cuenta que en uno de sus rituales violan a un menor de 9 años entre varios hombres. Sin embargo, el rey de la comunidad no comprende el concepto de violar, y cuando Perina lo cuestiona al respecto, el rey no comprende que lo que hace está mal porque para ellos es normal tener relaciones sexuales con quien sea.
Otra de las cosas que nos narra Perina es la forma en que se “occidentaliza” una isla, y la forma en que el hombre blanco, por su ambición, puede terminar con todo a su paso, cosa que sucede en la isla, ya que Perina descubre que los pobladores de esa isla, al cumplir los 60 años se comen una tortuga que hace que su cuerpo se quede en el estado físico en el que se la come, pero su mente no, esa sí envejece, y a partir de ahí, todas las farmacéuticas van a la isla en busca de la eterna juventud, y lo único que hacen es arrasar con todo lo que era la isla, flora, fauna e incluso a sus habitantes que los utilizan como ratas de laboratorio.
La gente en los árboles es un libro que no puede dejar indiferente a nadie porque muestra cómo es el ser humano frente a lo que no conoce o frente a lo que quiere poseer y no puede, es terrible ver cómo una sociedad es destruida por otra, como tantas lo han sido. El hombre de occidente destruyendo otras civilizaciones, eso es lo que nos muestra la autora en este libro. Pero yo creo que la enseñanza más grande que nos regala este libro se resume en la siguiente cita: “Pero el tiempo que pasé en Ivu’ivu me enseñó que toda ética o moral es culturalmente relativa”. (pág. 186)
Ya serán lxs lectores, quienes juzguen esa forma de ver y ritualizar el mundo.