LEONARDO CARDONA GARCÍA
Voy a crear lo que me sucedió.
Clarice Lispector
Es momento de contar
algo que siempre he guardado para mí
Ibán de León
Un solar es la noche es un poemario sólido y redondeado, es decir, las cuatro partes que atraviesan este poemario se complementan y se nutren de manera mutua. Éstas sientan las bases una de la otra, pensándola a su vez como una apuesta progresiva, dado que conforme se profundiza la lectura, más detalles van teniendo sentido. Caen las cosas por su propio peso. Por ello, califico de esférica la lectura de los poemas. Comiences por donde sea, puedes llegar a la otra orilla de la línea narrativa que propone la voz poética.
Éste es un poemario atravesado “la ebriedad del duelo”, la muerte y la pérdida. Y aunque son las palabras que quizá menos aparecen, son los conceptos que más se evocan y son convocados a partir de la lectura. También hacen presencia el rencor y el miedo. Más de una vez el llanto ahoga las líneas. Avanza con un tono confesional, por lo tanto, existe una sensación latente de culpa.
Entonces, para las personas que hayan experimentado la pérdida de un ser querido, podrán sentirse entendidas, escuchadas, leídas, o incluso reflejadas en algunos de los versos y poemas que escribe nuestro poeta Ibán de León. Lo afirmo considerando que, por mi profesión, he llegado a escuchar comentarios en esencia semejantes, y hasta cierto punto paralelos a lo que se vive en esta lectura.
Los cuatro apartados que se proponen atienden de manera particular a diferentes integrantes de una familia (quizá la nuestra, o tal vez la de nadie) y, sin embargo, siguen aludiendo a los demás.
Esto me lleva a pensar que quizá, de una y muchas formas, este poemario ha representado para el yo poético un trabajo terapéutico, una catarsis y una renarración de lo sucedido, y con renarración me refiero a contarnos a nosotros mismos lo que nos ha acontecido y lo que hemos experimentado, pero más allá de sólo contarnos una vez más esto, la narración implica una atribución de significado. Esto es, rescatar lo que ha representado lo que hemos vivido. Y sucede con cada lectura, poema a poema, y con cada verso que podemos dar sentido a aquellas señales que en su momento no eran percibidas y, por lo tanto, tomadas como importantes.
Es hasta la asimilación a través de la escritura y la oralidad que podemos nosotros dotar de peso cada uno de estos significados y conceptos, y con ello me refiero al llanto, la tristeza, la culpa, el enojo, la nostalgia, la añoranza…
En la primera parte, titulada “La mano derecha de mi padre”, nos remontamos a la infancia de la voz poética y “partimos hacia un sitio que no podría ubicar en el recuerdo”, abordando la relación caótica con el padre, cuya aparición representa una ausencia, una lejanía, incluso un rechazo.
Nosotros, como el yo lírico, despertamos a la tristeza siendo de madrugada. Y con las tres anécdotas (plasmadas en dicha sección), en las que el dolor ha borrado la mano del padre, podemos atestiguar un despertar a la noche, donde los secretos de los adultos no se comprenden y cuando llegan a ser comprendidos realmente ya no importan. La mano del padre está llena de ira y evoca miedo, provoca desamparo y conjura el castigo. No es necesario conocer si esto ha sucedido o no, ya que en México estas historias han sido el pan de cada día. Lo anterior es “Una historia sencilla porque ocurre”.
La segunda parte, “Ala de frío”, es un “Volver a la tristeza de esos días” con la intención de “Volver para abrazarme/ como el niño que aguarda, aún, en la banqueta”, tal como cada uno de nosotros ha querido regresar en el tiempo, a los eventos irremediablemente devastadores y desalentadores. Volver al pasado pero con el conocimiento del presente, con el propósito de que éste no nos cause el mismo daño, y sin embargo, lo paradójico de dicho anhelo es que regresar al pasado y cambiarlo implicaría no tener el entendimiento actual en el que “Hay forma de explicar ahora la tristeza/ cuando, aún mojados, regresábamos a casa”.
En esta sección constatamos la afirmación de Cristina Rivera Garza en Nadie me verá llorar: “las grandes catástrofes ocurren siempre, siempre, en los cuerpos”, dado que el yo lírico llega a olvidarse de su propio cuerpo, que ha sido como un pan cuya levadura ha sido el temor-culpa-vergüenza-rencor-tristeza. Sentimientos que crecen lentos como lluvia y en lo que “moríamos un poco sin saberlo”, mientras nos preguntamos si las personas que hemos perdido nos escuchan; si aún están ahí.
En la parte tercera “El rostro ajeno de mi hermana” se aborda una pérdida más reciente, en la que “crece la noche cuando llueve” y nos recuerda que ante cualquier pérdida, a pesar de que ya hayamos tenido varias, “cada vez es la primera”. Una vez más vemos la repetición del elemento acuoso como la melancolía que se torna en nubes que al final devienen no sólo en lluvia, sino en lodo; misma que además de limpiar la mugre, se lleva consigo las palabras. “Todo trata del agua”, advierte Ibán de León.
La última parte, “Póstumo”, aunque es la más breve y concisa, reúne y condensa lo que a través del poemario entero vamos constatando: la muerte, la violencia hecha duelo; las ausencias evocando culpa que sobre-llena los espacios vacíos con tumores; lo que pudo haber sido; lo que no se evitó porque no se sabía. Y nuevamente aquellos secretos que una vez conocidos ya no importan, pero ya se han enquistado en el cuerpo como levadura que aumenta y lo maldice; un tumor en las palabras. En sus últimos versos Ibán de León exclama “cuerpo mío/ te dejo aquí la noche”.
Como alguna de las consecuencias de su lectura, este poemario, nos invita a pensar en la estrecha relación que existe entre nuestras emociones y el cuerpo. Por ejemplo, la ansiedad que se vuelve una inflamación en el colon (colitis nerviosa); la desesperación que se convierte en el reventar del corazón (taquicardia); la preocupación que deriva en dolor en de cabeza (cefalea/migraña); y la culpa que aumenta de tamaño como tumor (neoplasia), cáncer en el cuerpo. Ese yugo que proviene del duelo ante la pérdida que pudo haberse evitado —al menos dentro de nuestra concepción—.
¿qué fue lo que punzó con su murmullo
la corteza del fuego
qué fue
cuerpo callado
aquello que sentiste cuando al borde
del deterioro y la rutina
te hallaste ante las pálidas semanas que volvían?