DANIELA ALBARRÁN
Llevo varios días escribiendo esta columna mentalmente. En un inicio era sobre un tema godín que me tenía indignada y esa indignación se estaba convirtiendo en entusiasmo para la escritura, pero la cuestión es ésta: siempre hay miles de cosas qué hacer y que pareciera no pueden ser pospuestas para algo tan “insignificante” como la escritura.
Así que, de repente, escribir sobre ese tema godín ya no parece tan urgente como lo que tengo en la cabeza desde hace meses, algo que miles de mujeres han experimentado antes (y al mismo tiempo) que yo. Y que ahora sí tengo la urgencia de escribir de esto porque acabo de sentir tanta rabia que me llegó la estúpida idea de querer vender mi laptop, ya que finalmente no la necesito para escribir.
Contexto: me senté a escribir esto después de haber lavado los trastes, de tener dos compromisos familiares y haber llorado dos horas. Escribo esas razones y me parece ridículo que yo haya pospuesto la escritura por esos motivos que en realidad a mí me parecen insignificantes, porque para mí lo más importante es (o quizá era) escribir.
El problema radica en que para el mundo mi escritura (la escritura de las mujeres) es insignificante y que podemos posponerla a merced de cualquier otro motivo, ajá, porque no puedo ir por la vida deteniendo el mundo y diciendo: “no te puedo ver hoy porque tengo algo urgente que escribir”. “No puedo lavar los trastes porque tengo que escribir algo”. Vaya, no puedo detener el mundo porque tengo algo urgente que escribir, cuando la escritura ni siquiera es mi trabajo.
Y es que si una no tiene las condiciones idóneas para escribir, las tenemos que crear. Decía Marguerite Duras que ella se creó la soledad para escribir. Y ahora soy yo, 30 años después de haberse publicado Écrite y sin ningún avance de género respecto a la creatividad de las mujeres, donde yo me tengo que crear esa soledad y ese silencio (físico y mental) para hacerlo, así tenga que ocupar horas de sueño o descanso para hacerlo.
Escribo esto desde la tristeza de saber que quizá nunca tenga las condiciones idóneas para la escritura: soledad, silencio, separación mental de muchas cosas terrenales, pero con la fe y esperanza de que mi escritura está siempre conmigo, que no me abandona y que quizá seamos nosotras juntas contra el mundo.
Pero también escribo esto desde la rabia, desde un lugar donde sé que, por más que explique esto nadie va a entenderlo hasta que viva la desesperación de querer escribir un verso en medio de un millón de trastes o suciedad que limpiar y tratar de guardarlo en la memoria, y que más tarde, cuando el cuerpo y mente lo intenten recordar, lo hayan olvidado por el sueño y el cansancio.
En este punto quisiera decir: necesito tiempo libre para leer y escribir, porque esas palabras me parecen políticamente correctas; sin embargo, lo que en realidad quiero decir es que me urge priorizar el tiempo que necesite para leer y escribir y que ese tiempo sea validado por las personas que me rodean.
Que quiero vivir en un mundo en el que no tenga que dar explicaciones sobre mi escritura o mi lectura; que el tiempo que utilice para esas actividades sea tan importante (tanto para mí como para los otros) como el tiempo que ocupo para cocinar. Que no tenga que sacrificar horas de sueño para escribir.
Y también escribo esto con el pensamiento de que me parece ridículo que yo, una mujer que escribe en el siglo XXI, tenga que estar mendigando tiempo, espacio mental y validación social/familiar para algo que es tan cotidiano e importante para mí como la escritura y la lectura. Porque una parte muy ingenua de mí pensaba que estas cosas jamás me iban a suceder, que siempre tendría las oportunidades para escribir y para leer. La realidad es indecorosamente lo contrario. Yo, en este momento de la historia, no tengo las condiciones para la creación y me las tengo que robar.
Quiero cerrar esto diciendo que el culpable de que yo no tenga, en este momento, las condiciones para la escritura es el patriarcado. Pero con la postura de que voy a ejercer mi derecho a escribir y leer hasta que me muera y que no me van a importar las consecuencias de esa decisión.
Creo que necesitaba este momento de quiebre para declarar que voy a dedicar mi vida a escribir hasta que me sangren los dedos, que voy a leer hasta quedarme sin ojos y que si en estos momentos no tengo una comunidad que me respalde, la voy a salir a buscar, y si no existe, la voy a crear.
Y también espero que la escritura de las mujeres algún día sea tan importante socialmente que ninguna otra escritora sea orillada a escribir con lágrimas.
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1 Quiero que se lea “lavar trastes” como metáfora de cualquier actividad doméstica, e incluso, laboral, deber familiar o cualquier actividad de cuidado o necesaria para el sostenimiento de la vida propia y de lxs que me rodean.