Por Ezequiel Carlos Campos
Salman Rushdie es un autor que leo cuando menos me lo espero, de pronto aparece una oferta en la librería o me encuentro alguna de sus novelas en los puestos de libros de viejo y no dudo en comprarlo. Cada libro suyo es una sorpresa, es como abrir una caja secreta y encontrarte cosas que jamás te imaginarías, eso me pasó al leer su fatídica novela Los versos satánicos, toparme con personajes que vuelan y van cayendo, satánicos versos que son palabras que supuestamente el profeta islámico Mahoma confundió con una revelación divina… O también, por ejemplo, La sonrisa del jaguar, cuando descubrí que el autor viajó a Nicaragua y estuvo presente en su revolución. Cada libro es un mundo distinto, pero en ellos el acto de narrar, la palabra, es sumamente importante, incluso construye universos ajenos para nuestra parte del mundo, cosas que quizá sólo percibimos en películas o documentales sobre la India.
Los descubrimientos de sus libros, cuando menos lo espero, fue distinto al buscar por mi cuenta en las librerías Joseph Anton, sus memorias, después de ser víctima de un ataque violento el 12 de agosto pasado, cuando estaba dando una conferencia en el condado de Chautauqua, en Nueva York. En ese momento, la policía del estado de Nueva York confirmó en un comunicado que Rushdie sufrió un apuñalamiento en el cuello y que fue llevado inmediatamente a un hospital en helicóptero; esto sucedió antes de su conferencia, cuando el autor estaba siendo presentado y su atacante, Hadi Matar —vaya ironía de apellido—, fue detenido de inmediato y puesto bajo la custodia de la policía. Me llegó la notificación de la noticia y de inmediato la compartí en mis redes sociales. Todos sus lectores, y aquellos que conocen parte de su pasado, no pudieron pensar más que en la fetua dictada por el Ayatolá Jomeini en 1989. Aunque en aquella ocasión el líder supremo de Irán no pudo con su cometido —gracias—, en agosto pasado, según se supo días después de su ataque en Nueva York, Rushdie perdió un ojo y la movilidad de una mano.
Sabía de la existencia de sus memorias, y fue así que, por primera vez, busqué un libro de Salman Rushdie, porque a veces también los libros sirven como chisme, y no sólo por el morbo que causó esa noticia —yo no había nacido aún cuando sucedió lo de la fetua—, sino que era un buen momento para conocer más allá de su literatura a Salman Rushdie, ¿qué tiene que decir un autor que pasó más de una década en completo silencio, escondido, amenazado y casi enemistado con toda la comunidad islámica del mundo? Me urgía la lectura de Joseph Anton, seudónimo que tomó por Conrad y Chéjov para tener una doble vida.
Lo admito, soy un lector subrayador de libros porque no encuentro otra manera más humana de señalar las ideas de los autores. En este caso, transcribo algunas ideas de Rushdie en sus memorias: “¡Qué fácil era borrar el pasado de un hombre y construir una versión nueva de él, una versión aplastante, contra la que parecía imposible luchar!” Aquí hace referencia a cómo tomaron los medios de comunicación y la gente del mundo la noticia de la fetua, satanizando a su autor y condenándolo, sin poder hacer nada en esos primeros días. Veamos otra cita: “[…] cayó en la cuenta de que ya no entendía su vida, ni en qué se había convertido, y por segunda vez ese día pensó que quizá ya no quedara gran cosa de la vida que entender”, ¿pueden imaginar el sentimiento de un autor que, tras haber publicado un libro, su vida cambió para siempre? En Joseph Anton descubrimos los años en que el joven Rushdie decide dedicarse a escribir, “Mi única intención es dedicarme exclusivamente a escribir”, sin conocer que por la escritura casi pierde la vida, y aquí es cuando más podemos pensar en que la literatura es peligrosa, los libros son una bomba escondida en cualquier parte del mundo. “Llegar a ser escritor —descubrir que era capaz de hacer una cosa que era su mayor deseo— había sido una de sus grandes alegrías”. Alegría que después se convertiría en dolor.
Leer estas memorias fue estar en complicidad con Rushdie, saber que la libertad de expresión debe ser respetada por todos aquellos que piensen distinto. ¿Es posible matar a un autor por una novela que ficcionaliza algunas partes de la vida de Mahoma? Afortunadamente, tras la fetua, después de vivir escondido para que no lo mataran, Rushdie vivió con normalidad, hasta que el año pasado casi concretan su muerte. Uno nunca está libre de los pecados que nos impone la gente. Las ideas de su autor quedarán guardadas bajo mi biblioteca, subrayadas como marcas imborrables para cuando sea justo recordar la guerra de Rushdie por los derechos humanos.