En nuestra mente convergen las palabras que nos dan el sentido de la realidad a cada paso de la manecilla del reloj. Verbalizamos cada acción, sensación y experiencia, también focalizamos en algunos puntos del pasado y lo que está frente a nosotros resta importancia, a veces es el futuro el que nos atormenta o esperanza y, de igual manera, lo que ocurre en el hoy deja de tener trascendencia. Lo que es real es que las palabras suceden unas a las otras y en nuestro interior no hay huecos, a menos que sean asiduos a la meditación y entonces tengan un entrenamiento especial para poner la mente en blanco, sin que la palabra blanco, color, pureza, albedo o cualquier vocablo del mismo campo semántico expropie el propósito principal.
Las palabras internas entonces se convierten en un canto. A veces ese canto es melódico y las notas se sienten como el hogar, la casa que habitamos se convierte en el edén de la infancia y hay un engranaje que se acomoda en lo que sentimos propio: la tierra, las raíces, los árboles de granada o las caricias de los abuelos. A veces ese canto es estridente e incomoda y, aunque tiene algo de bello en lo absurdo, te obliga a moverte y reconocer que el ave retorna a su nido porque ahí el canto es más dulce y placentero.
Sergio Pérez Torres es un escritor prolijo y talentoso, navegante por naturaleza sale de casa y vuelve con el entendimiento que sólo las epopeyas pueden dejar tras terminar el cantar del trovador en la corte y el juglar entre el vulgo. Sergio es ambos, navegante, recorre el mundo para saber que él tiene que contar su propia hazaña, abrir las cortinas para revelar las sombras del amor, del ímpetu por la vida, el conocimiento del mundo y el retorno del hijo al seno de los padres. He aquí que nace la poesía.
Sergio hoy regresa más sabio a decir que el mundo es suyo y, sin embargo, se queda con el cariño por la labor de sus ancestros, la casa que habita es él y él es la casa de quienes pisaron ahí antes de él. Afuera, sigue y seguirá navegando, Sergio se encargará de llevar el hogar a muchas partes en una maleta de mano y un diario de viaje, se sentirá cómodo entre las máscaras del mundo, en los cortejos fúnebres del amor, en la animalidad de una fiesta cualquiera, irá a recorrer otras calles adoquinadas en el lado contrario de esta geografía, pero regresará porque, como él lo escribe en su Exodo a ningún lugar: “Aquí uno se esconde de una vírgula de códices desteñidos,/ jugaré a decirnos que hemos muerto entre canciones.”
No lo olviden, ¡juntos incendiamos la cultura!
Karen Salazar Mar
Directora de El Mechero