CAROLINA DÍAZ FLORES
La salud menstrual es uno de los tópicos de salud que hasta la propia Organización Mundial de la Salud (OMS) ha tardado en reconocer como un asunto de salud y derechos humanos y no de higiene. Esta inmadurez política de la comprensión de este aspecto sanitario es evidente, pues la declaración de tal reconocimiento por parte de la OMS se dio apenas hace 18 meses.
“Salud menstrual” es un término ajeno no sólo para la población general, los propios médicos (ginecólogos entre ellos) no han incluido en su lenguaje y mucho menos en su comprensión de la salud este concepto. Sin embargo, esto se explica de forma global, pues tampoco en los propios Objetivos del Desarrollo Sostenible se incluye el término de forma explícita y ni siquiera se alude a él en las metas de los objetivos de salud (ODS 3), igualdad de género (ODS 5) o agua y saneamiento (ODS 6).
A pesar de esta ausencia de congruencia e inclusión en las políticas públicas a nivel internacional, paulatinamente la salud menstrual se reivindica como un tema urgente. Poco a poco, las agendas sobre salud, derechos humanos, equidad de género y educación prestan atención sobre cómo un suceso tan natural, como la alimentación, genera que mujeres y niñas vivan este evento fisiológico como un algo indeseable, traumático o vergonzoso, lo que limita notablemente la atención oportuna ante trastornos o cuadros clínicos evidentemente patológicos o graves. Esta generalidad no sólo retrasa la atención oportuna y limitación del daño, sino que provoca que las mujeres de todo el mundo sufran un proceso natural, en lugar de vivirlo como cualquier otra particularidad del cuerpo.
En este sentido, la OMS ha propuesto 3 medidas para promover la salud menstrual:
1. Incluir a la menstruación como un asunto de salud y no de higiene, que, además, se incluya su comprensión desde la menarca (primera menstruación) hasta la menopausia.
2. Reconocer que la salud menstrual significa que toda persona menstruante tenga acceso a información y educación sobre el tema desde los productos que se requieren hasta los posibles signos de patología. Salud menstrual significa que mujeres, niñas y otras personas que menstrúan tengan acceso a información y educación sobre el tema. Desde los productos que se requieren y las condiciones para desecharlos apropiadamente hasta vivir, trabajar o estudiar en entornos donde la menstruación sea vista como algo positivo y saludable, no como algo de lo cual avergonzarse.
3. En tercer lugar, asegurarse de que estas actividades estén incluidas en los planes de trabajo y presupuestos sectoriales y que su desempeño sea medido.
En este sentido, un primer paso para que la salud de menstrual sea parte de la vida pública es necesario que ginecólogos y personal sanitario en general se formen en el tema, se debe considerar, desde los contenidos de la formación del pregrado para el médico general, hasta materias particulares para el ginecólogo durante su formación como especialista. Muestra de esta falta de consenso es que no existe una generalidad sobre qué es un ciclo menstrual normal, incluso aquellas mujeres que viven menstruaciones complicadas, simplemente se les diagnostica como dentro del 8% de las mujeres que padecen síndrome premenstrual.
En cuanto al médico general, para garantizar la salud menstrual, es necesario que se formen en el tema, de acuerdo al Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), sólo 7% de las y los médicos pregunta en sus consultas por el ciclo menstrual. Este porcentaje tan bajo no sólo se explica por la falta de interés, sino por la ausencia de herramientas clínicas para interpretar un ciclo menstrual con todas sus características. Saber reconocer un ciclo menstrual normal de uno anormal se convierte en un verdadero reto diagnóstico, pues hay procesos vistos erróneamente como patológicos (y que por ende se medicalizan), por ejemplo, el dolor menstrual o las irregularidad en el ciclo se consideran como perfectamente normal en la adolescencia. Sin embargo, no hay pautas específicas para determinar cuando este proceso es patológico o saludable.
Como conclusión es necesario que los sistemas sanitarios y educativos, a través de las políticas públicas que los rigen, de civilicen esta parte de la salud femenina, en lugar de medicalizar con tratamiento sintomáticos o incluso estigmatizantes.