
DANIEL MARTÍNEZ
“¿Se puede separar la obra del artista?” es una pregunta que de un tiempo para acá nos hacemos con mayor frecuencia. O más aún: ¿se debe separar la obra del artista? Las respuestas que he encontrado y los debates que se han generado en torno al tema dan mucho material de reflexión. He encontrado respuestas diametralmente opuestas en personas que estimo y respeto por igual. En este, como en muchos otros temas, no creo que “tomar partido” y polarizar las posturas sea la solución. Esto nos lleva de nuevo a pensar que, como en todo, es cuestión de matices y perspectivas. De momento y escribiendo al vuelo se me ocurren tres criterios que hay que tomar en cuenta para responder a esta pregunta, si es que se quiere responder: a) si las acciones que se juzgan rebasan el ámbito de lo privado, b) si el artista aún está vivo y si su obra aborda temas sociopolíticos y c) si la persona puede ejercer su poder y recursos para influir en la sociedad.
Hay algunos ejemplos recientes de personajes importantes del mundo cultural que nos han hecho hacernos esta pregunta otra vez. Hace unos meses se supo que Dave Grohl tenía una hija fuera de su matrimonio (hablé de eso en esta columna) y la noticia armó bastante revuelo, no sólo entre la comunidad “rockera”. Hubo quienes dijeron que se nos había caído un héroe del pedestal, que se sentían profundamente decepcionados; también quienes dijeron que ya no querían saber nada de ese mujeriego infiel o quienes le reconocieron la valentía de haberlo admitido abiertamente y siguieron admirando a la estrella de rock, más que a la persona (me incluyo en este último grupo). Y aquí es donde se nos presenta un primer criterio: ¿las acciones de la persona van más allá del ámbito privado y tienen una relevancia social o no salen de la esfera de la vida íntima? Desde mi punto de vista, en este caso los acontecimientos no van más allá de la vida íntima de la persona y sería un error querernos erigir como jueces de los errores o acciones personales de otros.
Hace un mes hablábamos de la muerte de Mario Vargas Llosa. Una vez sabida la noticia hubo algunos oportunistas que se apresuraron a darse baños de pureza, acusarlo y señalarlo tachándolo de derechista, “traidor a su patria” y a la “causa latinoamericana” para finalmente pretender demeritar su obra literaria con criterios políticos. Hubo quienes dijeron incluso que no había nada que lamentar con su muerte, bailaron sobre sus restos y escupieron sobre sus huesos. La causa de esto es, de nuevo, la polarización. Ya de por sí la política es un terreno resbaladizo y accidentando en el que hay que andarse con cuidado, como para tomar posturas radicales y pretender pontificar sobre temas de política, economía y geopolítica. La política, me parece, más que un tema de verdades y certezas es un asunto de creencias. Y así hay quienes la viven: adoran a personajes políticos como si fueran figuras sagradas y van por la vida queriendo imponer su credo cual fanáticos religiosos e inquisitoriales. Y aquí se presentan dos variables más: ¿la obra del artista contiene temas sociopolíticos? Y una vez muerto, ¿qué influjo puede tener la persona o la obra sobre la sociedad?
Hay un caso muy sonado, que es el de J.K. Rowling, la celebérrima autora de la saga de Harry Potter. En últimos años se ha sabido que, bajo la bandera de la defensa de los derechos de las mujeres, ha opinado y actuado en favor de las mujeres “biológicas” – por decirlo de alguna manera- por encima de las mujeres trans. Existe una larga cronología sobre sus acciones y pronunciamientos transfóbicos hechos en redes sociales. El más reciente es verla celebrar en una foto en X, con puro y copa en mano, el fallo del Tribunal Supremo del Reino Unido que limita la definición de mujer al “sexo biológico”, excluyendo de su protección contra la discriminación a las mujeres trans. Aquí, creo yo, sí hay que preguntarse seriamente hasta dónde estamos dispuestos a seguir consumiendo la obra de una escritora que hace uso de su popularidad, poder, dinero e influencia para promover iniciativas e instituciones que quieren pasar por encima de los derechos de grupos minoritarios.
Estos son solo tres ejemplos de muestra. Hay muchos más factores, información y casos que abonan al debate. Y sin duda, infinidad de opiniones más al respecto. Más que apresurarse a tomar posturas extremistas o hacer pronunciamientos radicales, ayuda más enriquecer nuestra perspectiva agotando las posibilidades informativas a nuestro alcance y escuchando diversidad de puntos de vista. Recuérdese lo que dijo Voltaire: “Podré no estar de acuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”.