Rodrigo Rodríguez López
La camioneta con placas de Tennessee (U.S.A) aparcaba, y con ello se apagaba la música electrónica que se escuchaba, de ella descendía una mujer muy bonita y exuberante; enfundada en un vestido blanco con estampados de flores, el pelo rubio, anillos y pulseras en las manos, se ponía los lentes de sol de diadema y entraba a la tiendita.
—Give me a beer please. Upss lo siento,maldita costumbre, una cerveza por favor.
—Usted no es de por aquí, ¿verdad?
—Claro que soy de aquí, me llamo Luvina, bueno… San Juana, ya es tiempo de usar mi verdadero nombre.
—¿Y para dónde se dirige?Ya es algo tarde y se ve que viene bien cargada de cosas, como si se estuviera mudando.
—Es una larga historia, pero hay tiempo, ya que hasta mañana por la mañana me subo a mi amado Ranchito de Luvina, yo soy de allí y hace quince largos años que ya no he visto ese amado cielo despintado y escuchar ese viento que es mío, sí, muy mío, esas polvaderas que se levantan por doquier, las amapolas blancas del chicalote que florecen tan sólo un poco tiempo y después se marchitan como si fuese solamente el amor de un rato, cosas tan insignificantes para unos, pero que sólo cuando se vive fuera del terruño se extraña el lugar donde se nació.
—Ahora como que recuerdo que una tarde como hoypasaste aquí muy abrazada con un trabajador de la luz eléctrica, yo estaba ese día despachando, ya que mi papá había salido fuera a comprar mandado para surtir la tienda… Cómo olvidar esos hermosos ojos que posees, mismos que me robaron el sueño los días siguientes, y me dije a mí mismo que si te volvía a ver, te diría que me hechizo tu mirada.
—Ji, ji, ji,ay, cómo eres, ya me sonrojé como una Apple red, perdón, una manzana roja… Y sí, ya recordé esa tarde… Y sí, era yo, me había fugado de mi casa y me iba con Carlos al otro lado, bueno así se llamaba… Lo nuestro duro tan sólo como lo que florecen los chicalotes, ya que se me murió en el desierto… Perdón, me entró una basurita en el ojo y pues dame otra cerveza que apenas comienzo, me puedes preparar unas tortas de jamón con aguacate o ya de perdis una de queso; y a todo eso, no me has dicho cómo te llamas.
—Me llamo Juan Manuel, mi papá fue maestro en un tiempo en Luvina, yo tendría tres años cuando llegamos aquí, así que yo también nací en Luvina, yo soy el menor, pero pues sígueme contando tu vida, San Juna.
Entre tortas, cervezas, risas, siguió la plática… Ella desde allí, desde la muerte de Carlos, su primer amor, empezó a contarle una historia ficticia, ya que no podía contarle la verdad de lo que había pasado en el gabacho, cosas buenas, pero la mayoría eran tristes y llenas de sufrimiento.
¿Continuará?