Arturo Aguilar
Ministro religioso que ceremonia la pérdida de Missy Dandridge ante los presentes y el padre y la hija Creed y muchos otros cameos que atiborrarían este texto, años luego Andy Muschietti resucitó el recuerdo tenebroso de Tim Curry de aquella mini serie noventera que fincó en el imaginario al temible payaso, en ese cameo le vende a McAvoy —en los zapatos de Bill Denbrough— la famosa Silver, la de “¡Hi ho Silver, arre!”. Antes del gusto por leer ya lo conocía y no sabía, eso cuando era infante y las letras eran apenas el entendimiento de que hay historias que entretejen mundos. En las sombras del cameo, en las estanterías de libros hambrientos que esperan devorar lectores, en la cantidad descomunal de filmes donde su imaginario es la base. Para lectores y no lectores él siempre ha estado ahí, lo sepamos o no. Stephen King.
Mientras hacía mi recorrido virtual que todos los días hago me hallé con la sorpresa de que fue su cumpleaños, desde páginas de cultura y escritura hasta noticieros anunciaban otro aniversario de vida del rey que siembra terror cual sepulturero con pala hecha de palabras. Ignoraba cuántos años cumplía, no tanto porque no me interesara, sino porque no tengo una imagen fija de su edad, es el mismo de los cameos que veía antes de leer, el mismo de los nuevos, es el mismo espíritu que antes Kubrick, DePalma, Carpenter, Cronenberg, ora Flanagan ora John Lee Hancock invocan por el poder no sólo de sus historias sino la garantía de gusto al público (en uno de los primeros capítulos de la serie You los trabajadores de una librería se encomiendan a King para vender) aunque los recalcitrantes de las letras de altas esferas digan que no, que él no por esto o aquello.
Raya en la todología: actúa en cameos, toca la guitarra, tallerista genial y eficiente de escritura con su Mientras escribo, profesor de inglés, amante del juego del diamante, las bases, carreras, el jonrón, la Serie Mundial y de Las Medias Rojas de Boston, hasta hace stand up: cuenta con la gracia de los mejores cómicos aquella vez que pensaron que era Francis Ford Coppola y él responde “Sí, ese soy yo”. Tampoco reparé en su edad porque tengo una imagen perenne de él: la del hombre tecleando con fuerza sobrenatural, determinación monstruosa y fertilidad innombrable una máquina de escribir mientras detrás le susurran Annie Wilkes, Jack Torrance, “Jud” Crandall, Pennywise, Carrie White. Lo imagino como aquella pintura de su cuento “El virus de la carretera viaja hacia el norte”, en un retrato antiguo de otra dimensión controlando desde ahí el mundo de la ficción contemporánea de este mundo. Mientras Marvel y muchísimas películas de hoy día explotan ad nauseam los multiversos, las tramas encontradas y el cruce de mundos ficcionales a través de sus personajes él lo hacía desde antes. Cuando muchos van, él ya viene. Desarrolló su propio universo donde todo está conectado, ¿no es El Pistolero el que dibuja Thomas Jane antes de la tormenta en La niebla de Frank Darabont?
Hay dos puntos que me parecen terriblemente reveladores de su grandeza no sólo como escritor, sino como persona. En un juicio por monopolio en el que declaró, comentó sobre que cómo en sus inicios había muchas opciones donde los escritores podían publicar, esa sentencia es la ejecución de la máxima: el sol sale para todos. Nada de envidia literaria. El otro punto es su programa para apoyar a los directores jóvenes donde el ejemplo más emblemático de ello es su mancuerna perfecta con Frank Darabont (Sueños de fuga —que Rob Reiner de Cuenta conmigo y Misery también luchó por dirigir—, La milla verde, La niebla) que nos legó una de las piezas de más alto valor cinematográfico. Con ese filme protagonizado por Morgan Freeman, demostró a todo el mundo que no sólo es bueno con el terror.
Desde niño fui adicto a la televisión y hoy día, desde hace años ya, cuando veo que en streaming o cine hay una película de terror reviso la posibilidad de que sea basada en una obra de Stephen King porque hay garantía de pasarla bien dentro del marco terrorífico y esto me hace pensar en un espectacular libro de Jorge Carrión donde habla, en el caso de las series, de cómo éstas han logrado el gusto del público por la serialidad y cómo también son vistas y amadas u odiadas por los personajes a veces más que por la serie misma, cosa que parece derivar en un interesante culto a la personalidad ficcional. Stephen King es toda una Personalidad. Stephen King superstar. Cuando pienso en esto me pregunto si a King no le pasa, pasó o pasará lo que a Cervantes rebasado por su Quijote y a tantos otros autores cuya obra se recuerda más que ellos, pero luego de sopesar las cosas respondo que no, que están al mismo nivel: en una mesa escribiendo en una máquina con sus personajes atrás preparándose para penetrar en los lectores que aguardan porque él está y seguirá estando ahí bateando y escribiendo. Larga vida al Rey.