LUCIANA LOERA
En la vastedad del desierto, donde el viento canta sobre la superficie agrietada de la tierra, Rubén Rivera ha encontrado su inspiración más profunda. Signos del desierto es una exposición que trasciende la simple representación de un paisaje; es una meditación sobre el tiempo, la naturaleza y la relación entre el ser humano y el entorno que lo rodea. Rivera, escultor fresnillense, captura en sus piezas no sólo la esencia física del desierto, sino también su dimensión espiritual, ésa que se oculta en las sombras proyectadas por el sol y en las formas erosionadas por el viento.
La obra de Rivera es, ante todo, una conversación con el material. En las imágenes que documentan su proceso, podemos ver cómo el artista enfrenta la piedra con una mezcla de paciencia y determinación. En las imágenes, vestido con equipo protector, se inclina sobre un bloque angular de piedra oscura. La sierra mecánica que sostiene en sus manos corta con precisión, produciendo una nube de polvo que se funde con el entorno, casi como si el mismo desierto se desmoronara en el aire. Las formas que emergen de este proceso son geométricas, definidas por líneas afiladas que recuerdan las aristas de las montañas que habitan el paisaje árido. Cada ángulo parece un eco de las formaciones rocosas que, desde tiempos inmemoriales, han sido moldeadas por los elementos.
Sin embargo, Rivera no sólo reproduce el desierto; lo reinventa. En su obra, lo natural y lo artificial se encuentran. Las geometrías precisas de sus esculturas sugieren una intervención consciente, casi matemática, sobre la piedra, pero al mismo tiempo parecen extraídas directamente de las entrañas de la tierra. Este equilibrio entre lo calculado y lo orgánico es uno de los hilos conductores de la exposición, invitando a los espectadores a reflexionar sobre el delicado balance entre el control humano y las fuerzas incontrolables de la naturaleza.
En otras fotografías se nos regala la imagen del proceso creativo de Rivera. El artista trabaja con una forma completamente distinta: en lugar de ángulos agudos, la piedra se despliega en curvas suaves, que evocan la fluidez de la naturaleza. Las líneas redondeadas de esta escultura parecen imitar la forma de un capullo, o quizás los pliegues de una flor desértica que, contra todo pronóstico, ha florecido en la aridez. Rivera, con una herramienta en mano, acaricia la superficie de la piedra como si estuviera revelando un secreto oculto en su interior. Este enfoque más suave, casi táctil, contrasta con la dureza de la piedra, recordándonos que incluso en los lugares más inhóspitos de la naturaleza, hay vida y belleza.
En Signos del desierto la presencia del vacío es tan importante como la de la materia. Las formas talladas por Rivera no sólo existen en sí mismas, sino que también interactúan con el espacio que las rodea, proyectando sombras y creando vacíos que invitan al espectador a participar en la obra. Las esculturas parecen suspenderse en el aire, como si fueran los últimos vestigios de una civilización antigua que ha sido borrada por el paso del tiempo. El desierto, en su silencio, es un lugar de desaparición, pero también de revelación. Las formas que Rivera esculpe nos recuerdan que el desierto no es un lugar estático, sino un espacio en constante transformación, donde lo que parece vacío está lleno de posibilidades.
Uno de los aspectos más fascinantes de la obra de Rivera es su capacidad para hacer visible lo invisible. El desierto es un lugar donde las huellas se desvanecen rápidamente, borradas por el viento y el tiempo. Pero en las esculturas de Rivera, esas huellas se hacen permanentes. Las texturas de la piedra parecen contener la memoria del paisaje, como si cada grieta y cada superficie pulida fuera un registro de los cambios que el desierto ha experimentado a lo largo de milenios. Al tallar la piedra, Rivera no sólo le da forma; también le devuelve su historia.
En este sentido, Signos del desierto es una reflexión sobre la naturaleza del tiempo y la permanencia. Las formas angulares y las curvas suaves de las esculturas de Rivera capturan el paso del tiempo de manera paradójica: por un lado, la piedra es un material que simboliza la permanencia, la solidez frente a la erosión del tiempo; por otro lado, las formas mismas nos recuerdan que todo en la naturaleza está en un estado constante de cambio. El desierto, aunque parece eterno, está en constante movimiento, y las esculturas de Rivera reflejan esa dualidad.
El título de la exposición, Signos del desierto, nos invita a leer estas esculturas como si fueran un lenguaje. Los signos son símbolos que representan algo más allá de sí mismos y las formas talladas por Rivera sugieren significados que no siempre son evidentes a primera vista. ¿Qué nos dicen estos signos? ¿Qué historias nos cuentan? El espectador es invitado a interpretar, a llenar los vacíos con su propia imaginación. Como el desierto mismo, las esculturas de Rivera son enigmáticas, ofreciendo más preguntas que respuestas.
Signos del desierto es también una exploración de la relación entre el ser humano y su entorno. En un mundo donde el ser humano a menudo impone su voluntad sobre la naturaleza, las esculturas de Rivera nos recuerdan que la verdadera creación surge de un diálogo con el entorno. El desierto, en su vastedad y su silencio, tiene mucho que enseñarnos si estamos dispuestos a escuchar. Y las esculturas de Rubén Rivera son, en última instancia, una invitación a ese diálogo, a escuchar los susurros del viento en la piedra, a leer los signos que el desierto ha dejado para nosotros.
Fotografías: Cortesía