Cada día tomamos nuestras cosas y salimos de casa como futuros fantasmas que irrumpen en las mismas calles, en la misma ciudad, incluso casi siempre a la misma hora. La rutina que nos lleva a los mismos sitios para llegar a las mismas paredes donde consumiremos nuestro tiempo para regresar, a veces un poco más cansado de habitar la misma jaula disfrazada de silla.
Cuando era una joven adolescente me dijeron que los fantasmas eran ecos visuales de nuestro andar por los mismos sitios, para revertir esa clase de maldición moderna debíamos buscar caminos alternos, andar otras calles, engañar al supervisor de los fantasmas moviéndonos siempre en busca de perder el sentido de la repetición, lo hice mucho tiempo; sin embargo, hay algo de alivio en caminar sobre tus huellas, en tomar el mismo espacio una y otra vez, en sentarte en el mismo pedazo de cantera, apropiarte de la misma mesa los viernes por la mañana. Ni modo, algunos tendremos por destino ser fantasmas oficinistas o de cafeterías.
Habitar los espacios personales no es complicado, comenzamos a conocer hasta las particularidades, las manchas y las grietas, por ejemplo. Pero ¿hemos pensado en aquellas viviendas que pasamos una y otra vez en nuestra cotidianidad? En un templo, por ejemplo, que se nos refleja, pero que habitamos distinto a alguien que hace su trabajo ahí todos los días, en la tienda de artesanías, las librerías, las casas abandonadas convertidas en hospicios de gatos, escalinatas, callejones, columnas, remodelaciones, ruinas…
En este número, queridas lectoras y estimados lectores, Manuel Sánchez Sánchez nos cuenta la historia de una ferretería que renació de las cenizas, cuyo edificio ha bailado frente a nuestros ojos y ha cambiado de vestuario en más de una ocasión. Ésta es la historia de una familia, de los sueños y una tragedia, pero también es una historia de resiliencia y de ímpetu que se nos escapa a las nuevas generaciones. Esta es una oportunidad, a modo de pretexto, para recordar que los adoquines ya estaban ahí antes de nosotros, bajo los pies de otros individuos, y que las paredes pudieron ser habitadas, consumidas y reconstruidas varias veces antes de que nosotros tuviéramos la oportunidad de tomar una fotografía con nuestros ojos de turista.
En esta ocasión, Manuel Sánchez nos cuenta la historia de la ferretería El Globo, pero no sólo es una historia de un incendio y de un renacimiento, de algún modo es un rebobinar, buscar las historias no contadas y que se van difuminando en la desmemoria colectiva, todavía hay mucho que narrar y recordar, por hoy los invitamos a entrar con nosotros en esa ferretería ubicada en el centro, antes de ser histórico, de Zacatecas.
No olviden contar historias, escuchar nuevas, habitar y deshabitar los espacios, cruzar la calle de vez en cuando para ser fantasmas futuros versátiles. No lo olviden, juntos ¡incendiamos la cultura!
Karen Salazar Mar
Directora de El Mechero