JOSELO G. RAMOS
Hace ya seis años de la última vez que pisé aquellas tierras aptas para la conservación de los cuerpos, para vencer la descomposición que merece la muerte. Parece ser que la bujía que señala la temática de una literatura guanajuatense pasa por innumerable cantidad de tópicos. Podría decirse, incluso, que los estudios cervantinos son su asunto propio. También, en otros asuntos concernientes a la literatura, que sus instituciones académicas de humanidades han vencido a la descentralización. La producción de Guanajuato no es ajena a nadie en cuanto a letras refiere. Sin embargo, por lo menos en mi opinión, el asunto del horror, de lo paranormal, de lo extraño, es también un referente que, pareciera, no se está observando del todo.
Dentro del argot popular se escucha, por fortuna y con frecuencia, el título de un clásico del cine mexicano: El Santo vs las momias de Guanajuato (1972). Bajo la dirección de Federico Curiel, el filme logró capitalizar el misticismo, el horror y los misterios que cimbran el subsuelo guanajuatense. Extrañamente, la película, cuyo protagonista es un famoso luchador mexicano, no tomó relevancia, a pesar de pertenecer al subgénero del cine de zombis. Pero esto no es del todo desafortunado, puesto que, como ya se mencionó, Guanajuato está armado de unas macizas capas de tradiciones. La temática es basta, la ciudad posee belleza y horror, memoria y olvido, pero, sobre todo, está echada sobre las fuerzas extrañas que desconoceremos siempre.
La obra que presenta Carlos Luis Alvear fue publicada en 2013, pero que no engañe lo que pareciera no ser vigente, pues se trata de un libro atemporal, que puede, como bien lo merece, colarse sin problema alguno entre las novedades editoriales de cualquier temporalidad. Ahí radica uno de los trucos que este libro guarda. Por otra parte, un aspecto de relevancia se encuentra en que El truco, de Alvear, se toma la tarea de liberar, como lo hiciera Federico Curiel, a los humores malignos que se esconden bajo Guanajuato, una ciudad naturalmente lovecraftiana. La trama se aposenta con toda comodidad en la historia de Guanajuato, en el México Virreinal, en los aquelarres, en los clásicos del cine de terror, así como en las leyendas, bastiones de la tradición oral mexicana.
El truco podría considerarse, entonces, una novela que reconstruye, o bien, se construye, con varias de las capas que definirían lo guanajuatense. Como toda buena obra, acude a lo lúdico, al juego temporal, a los turnos, al azar y al misterio para decir con fortuna aquello que quiere contar. Una buena historia no se regala, no se planta sólo porque sí frente al lector. Será necesario, siempre, develar neblinas, manotear en la oscuridad para tener una obra como ésta, que es de una naturaleza barroca.
Sugiero la siguiente guía para nuevos lectores. Aunque, antes, debo mencionar ciertos aspectos generales. La novela está construida con 32 capítulos, a lo largo de 201 páginas. Sin embargo, hay tres fases que podrían compactarlos y dejar un preámbulo para ganar adeptos. Si usted se ha tomado el tiempo de hurgar en el cine del horror, El truco no le será para nada ajeno. A continuación daré mención a las tres fases de la novela, partiendo desde una comparación con filmes y otro tipo de obras artísticas. La intención tiene que ver con retomar, con reinterpretar las posibilidades de la extrañeza, del bajo mundo, de lo onírico, en el suelo de Guanajuato.
En el prólogo, el espectador se encontrará con una escena que podría recordar a varias aperturas de thrillers famosos. Por dar un ejemplo, puedo mencionar Belzebuth (2017), de Emilio Portes. La entrada resulta sangrienta y macabra, cuya resolución, aunque pareciera asunto de peritajes y cuerpos armados, está en manos de otros poderes. A esta clase de males se le puede combatir únicamente con fuerzas omnipotentes. De tal manera, el pórtico de El truco se compone de escenas iniciales de thrillers, películas de suspenso, detectivescas, incluso de los prohibidos videos snuff. El inicio puede resultar grotesco y la muerte está ahí, pero recordemos que ésta, en Guanajuato, actúa de maneras poco convencionales.
La primera etapa de la novela comprende al menos 7 capítulos. En ellos podremos apreciar todo un panorama tenso, falsamente esperanzador, aquel donde el héroe, según el viaje propuesto por Campbell, se regocija todavía en su mundo ordinario. Uno recordará esa panorámica visión, que desde los cielos, como si fuera un ave de mal agüero, sigue el viaje en automóvil de Jack Nicholson, en El resplandor (1980). En su lugar viajan Amanda y Mauricio, protagonistas de El truco, que dejan la vida ajetreada de la Ciudad de México para asentarse en Guanajuato.
En una segunda etapa de este viaje comparativo de los tópicos del cine del horror que en El truco se muestran con maestría, se encuentran una complejidad de referencias que enriquecerán en todo momento al texto. Por retomar a Campbell, en este viaje de horror, de lo cósmico, el siguiente paso, fundamental, está en el encuentro con el mentor. El padre Tomás Aviña es quien toma este cargo, y su imagen, su fuerza y caracterización remiten a personajes, de los que ya se puede formar un arquetipo, presentes en el padre Jerónimo, de la película mexicana Ladrones de tumbas (1989); incluso en el padre Lucas Trevant, personaje de Anthony Hopkins en El rito (2011). Esta figura es esencial para esta clase de narrativas puesto que su cercanía con Dios representa la única salida posible en la que se vislumbre un desenlace por lo menos optimista.
Hay que mencionar una de las escenas más cargadas de tradición en la novela. Debemos recordar la fuerte carga simbólica que representan los aquelarres, aquellas uniones entre el macho cabrío y sus adeptas. Carlos Alvear se sirve con maestría del Aquelarre de Goya y de la tradición de la brujería. Por momentos El truco vuelve a poner en escena la mítica Noche de Walpurgis, que Goethe llegó a plasmar en su Fausto (1832), donde las brujas esperan a la llegada de Mefistófeles para culminar su misa negra. En cuanto al cine, Alvear se adelantó y narró el climax de la ceremonia de aquelarre que aparece en los últimos minutos de La bruja (2015), de Robert Eggers.
Una vez más, como toda buena obra de arte, las últimas tensiones cierran la novela de manera ejemplar. La tercera etapa se caracteriza por la descarga repentina, como un buen filme o una memorable leyenda, de los elementos que llevan a la cúspide una obra literaria de esta estirpe. Las líneas temporales se aplanan, mejor dicho, se enredan tanto que se tocan la una a la otra. Tal como se plasma en El truco: “La historia es una madeja; el pasado alguna vez fue presente y el futuro de todo futuro es siempre convertirse en pasado”, los juegos temporales entran en acción. Mientras tanto, las últimas referencias aparecen, como lo son ciertos afiches dignos del clásico El exorcista (1973), incluso de la famosa saga El conjuro, con el que el cine terror amplió su público momentáneamente.
Carlos Alvear replantea en El truco los arquetipos de horror, del tiempo y del espacio para reivindicar la tradición oral de las leyendas. A su vez, empuja al lector a un recorrido suspenso por las calles del centro histórico de Guanajuato. La prosa de Alvear es solemne, te consume y se deja consumir, características de toda buena obra del horror. Sin duda alguna el lector encontrará gratificantes los momentos plácidos después de que toda la tensión presente; tal y como si se tratara de extender completamente a una madeja.