DAVID ALIDHASEM
En estas líneas quiero describirles lo que es la soledad crónica y también invitarles a escuchar The Wall.
Hablar sobre la soledad crónica me parece importante porque es una condición que suele desarrollarse sin que uno se dé cuenta. Pasa que un día cualquiera, en un ejercicio accidental de introspección, caes en cuenta de que te has encerrado.
La soledad es parte ineludible de la experiencia humana: un tema común en nuestra música, cine y literatura. Nadie la desconoce, pero no es igualmente frecuente para todos. Uno puede sentirse perfectamente cómodo en sus largos ratos sin compañía, por supuesto. La soledad se vuelve un problema cuando quieres quitártela de encima y te ves incapaz. Es cuando uno se siente solo que está sólo. Cuando el sentimiento de desconexión se vuelve habitual, trae consigo un estado continuado de estrés alienante. El impacto en la salud de la soledad crónica ha sido comparado con el de fumar una cajetilla de cigarros al día. Esta condición está asociada a un mayor riesgo de accidentes cerebrovasculares, depresión y demencia.
Nunca la comunicación había sido tan accesible. Irónicamente, es ahora cuando un número creciente de personas, de todas las edades, declaran sentirse aisladas en su día a día. Al mismo tiempo, los estudios científicos sobre el bienestar humano dejan claro que, tanto como la salud física, la calidad de nuestras relaciones interpersonales es un factor fundamental de nuestra felicidad y satisfacción, además de uno de los mejores predictores de longevidad.
Pareciera que mucha de nuestra soledad es autoimpuesta. Para mí, igual que para muchos otros, la rebeldía hoy se encuentra en dejar de trabajar, retirar los ojos de la pantalla y dedicarse enteramente a vivir “por vivir nomás”, en compañía de los amigos, la pareja, la familia o uno mismo. Y es que en la modernidad líquida, ante el vacío que han dejado los grandes relatos sobre los que se construyó nuestro mundo, es común hacer de la autorrealización, la autosatisfacción y el consumo asuntos trascendentales. En la era de la información, el contenido “on demand” te permite hacer que el mundo se desvanezca en dos cliks. En la sociedad del consumo, no es raro encontrar discursos en los que se abordan las relaciones sexoafectivas en términos propios de la economía: mercado, valor, oferta y demanda. En la sociedad del cansancio, la libertad y el optimismo te ceden la responsabilidad completa sobre tus condiciones de vida y tu éxito.
A modo de despedida, quiero invitarles a escuchar The Wall de Pink Floyd, porque en su momento fue un catalizador de mi proceso accidental de introspección y porque desde entonces ha sido un manual para reconocer ladrillos a ojos ciegos. Encontré retratados en el álbum muchos de los mecanismos de autodefensa que yo mismo había adoptado con el tiempo. Las canciones exploran a un hombre aislado, que siempre ve en el otro al enemigo. Este sujeto ha adoptado permanentemente una actitud egocéntrica y fría: se esconde tras la crítica y el cinismo. Con el tiempo, he reconocido en The Wall una descripción, brillantemente lograda, del círculo vicioso mediante el cual la soledad se vuelve autosuficiente.