
Hace algunos días leía en un libro de Cristina Peri Rossi que no hay sitio más triste que un zoológico de noche. Pensé que ahí, en ese falso hotel de pocas estrellas, los lobos aúllan para buscar otros semejantes y se topan con la solidez del eco burlándose entre los barrotes de las celdas. Pensé también en aquellos animales salvajes que se llaman unos a otros, que se alertan del peligro, que celebran el encuentro de un árbol lleno de frutos, que buscan la compañía en los páramos salvajes para compartir las temporadas de sequía y de abundancia, caminar bajo el cruel sol de mediodía o sobre el áspero blanco de los glaciares.
Y así, rumiante de ideas, me he percatado de que la tristeza de un zoológico por la noche es un buen comienzo para hablar de lo opuesto: encontrar el clan, reírse con las hienas (como escribe un querido amigo), sentarse los viernes por la mañana en un café para hablar de nuestras obsesiones con el pretexto de la escritura creativa, lamernos las heridas en nuestro círculo de confianza, mientras escuchamos sobre llamadas absurdas, viajes, tristezas o futbol femenil. Hay algo reconfortante en la compañía de saber que al llegar a casa están los abrazos y el consuelo de, pese a la finitud de la vida, estar acompañados: nuestros soliloquios se transforman en diálogo antes de dormir.
Hay belleza en rumiar las obsesiones de los otros también: una serie que te explotó la cabeza, un libro que no dejas de recomendar. Podría no saber sobre muchas cosas, pero sé de la existencia de Taeyong, Boygenius y el AO3, reconozco el rostro de Ona Batlle y aprendí sobre cactáceas, y ahí voy rumiando sobre didáctica infantil, leyendas y las sirenas, sobre Stephen King o Tibor Déry, comparto lecturas y me siento a tomar café con el sol en mi espalda, se entretejen más personajes en mi clan y me siento afortunada de tener esta familia prolongada.
Encontrar el clan no es un trabajo sencillo y sé que hay cierto grado de privilegio al tenerlo, pero entiendo a Sara Andrade, mi amiga de siempre, de toda la vida, cuando brillan sus ojos al compartirme su obsesión del momento, disfruto de los mundos que ha creado, admiro su maestría para narrar y crear con una semilla un bosque completo. Es maravilloso ser testigo de su crecimiento personal y profesional, ver la pasión que se le desborda desde una rodilla hasta la punta de su cabello, sentir el amor que le pone a las millones de palabras que ha escrito simplemente por eso, porque ama hacerlo.
En el texto que nos regala Sara Andrade en esta edición de El Mechero hay muchas cosas que me encantaría mencionar y que por falta de espacio me limitaré a hacerlo, pero no se preocupen, estimados lectores y queridas lectores, la autora lo hace perfectamente al hablar de una tradición literaria que ha estado siempre un poco a las sombras, disidente, resistiendo, pese a la corriente en contra. ¿La obsesión te lleva al clan o el clan te permanece en la obsesión? No estoy muy segura, pero denle una oportunidad a cambiar la historia, a contar(nos) aquello que no existe. Seamos creadores y productores de ideas. No lo olviden, ¡juntos incendiamos la cultura!
Karen Salazar Mar
Directora de El Mechero