VICJOS VALLES BARRIOS
A pesar de todas las señales que en la infancia recibía, mientras vacilaba entre el escamoche de verduras, producto de las preparaciones de la comida familiar de diario y que convertía en un gran bufete imaginario, donde se sumaba a estos ingredientes (que ya eran basura para la cocinera de la casa, a quien llamaba y sigo llamando madre) una gran cantidad de el insumo más importante de cualquier niñx atraído a jugar a la comidita y lodo.
También robaba del baño gran cantidad de papel higiénico y pasta de dientes, este dúo era la mejor guarnición y decoración para los platillos que en mi imaginación eran merecedores de adornar las mesas de todas aquellas figuras inalcanzables que veía por la televisión y de las cuales deseaba formar parte, pero cuando veía que alguien se acercaba, me apuraba en destruir ese juego de estrellas Michelín y retomaba el camino de tierra con mis carritos. Esto por la precaución de no dejar a la vista mi gusto culposo por jugar a la comidita, ya que aquello era más probablemente un juego para “niñas”, pensamiento que rondaba por mi cabeza casi a diario, pese a todo esto no estaba en mis planes ser cocinero, ser chef.
Los años pasaron y me convertí en alguien mayor, con 10 años de edad mi interés por todo lo que ocurría más allá de mi pueblo era algo grandioso, espectacular, algo increíble y esto hacía que todos los recetarios que mi madre adquiría se convirtieran en mi lectura infantil favorita, claro después de los cuentos clásicos y fantásticos que me hacían olvidar cualquier realidad abrumadora de la infancia.
Los recetarios de cocina mexicana y cocina internacional me hacían aterrizar en este mundo, en esta realidad y jugaba al armado de menús, me aturdía el hecho de proponer entradas y platos fuertes a base de comida marina, pero me interesaba mucho el poder “vigorizante” que le atribuían (aunque a esa edad yo no entendía con exactitud a lo que se referían).
Llamaba mi atención que dentro del mismo país en que vivía y no viajando tan lejos, en mi propio estado, y dentro de la misma región que podía en viajes familiares recorrer, los ingredientes, nombres y existencias de platillos eran tan cambiantes, tan diversos. Crecía mi necesidad de explorar todo esto y, al entrar en la adolescencia y a medida que podía recorrer caminos desconocidos al lado de nuevos amigos de escuela y aventuras, pude probar comida más allá de lo habitual, pero cuál fue mi sorpresa que no todos los sabores eran como los imaginaba. Algunos no los quería volver a degustar, otros tantos sorprendieron a mi paladar, el momento cumbre de la vida de un joven se acercaba: tomar esa decisión tan perturbadora y tan definitiva, escoger una carrera universitaria, me fui por el periodismo y la comunicación, un gusto que hoy en día sigue recorriendo mis sentidos y que ahora puedo mezclar con un par de pasiones y sueños más. Por eso me encuentro escribiendo esta breve y significativa presentación para este nuevo espacio, donde cada semana abordaré temas de nuestra cultura y arte culinario…