Por Carolina Díaz Flores
Se estima que cada año se cometen más de 800 mil suicidios a nivel global, es decir, se comete un suicidio cada cuarenta segundos. En nuestro país, se ha incrementado la incidencia de la muerte por esta causa de manera alarmante desde el año 2017. La relevancia de este problema como asunto de salud pública radica en el alto impacto sobre las esferas social, política y económica que cada muerte por suicidio implica para la comunidad, además, de que conlleva modificaciones importantes en el tejido social.
Otro factor que en tiempos recientes ha influido notablemente en suicidio y en general, en problemas de salud mental, es la pandemia por COVID-19, pues además del sufrimiento generado por las muertes o por la enfermedad. La pandemia trajo consigo, perturbaciones en el mercado, en la educación, en el acceso a la salud y en general, incrementó la desigualdad, y con ello muchos de los agravantes, determinantes o detonantes de la muerte por suicidio.
El suicidio se considera como la más grave e irreversible consecuencia de los problemas de salud mental, pues implica que éstos tuvieron una evolución de carácter crónico la mayoría de las veces, por lo que en décadas recientes, su prevención es uno de los ejes principales en las políticas públicas en salud mental. Sin embargo, las estrategias preventivas, aunque han tenido buenos resultados en algunos aspectos, también hay limitaciones. Las dimensiones y causas de este problema son diversas y heterogéneas, pero hay indicadores relevantes, uno de ellos es que para el año 2016, el 79% de las muertes por suicidio se registraron en países con ingresos bajos y medios, esto indica que tiene determinantes sociales muy importantes y no sólo se trata de un problema clínico.
A pesar de que depende del tiempo y lugar, la cifra exacta de la relación que hay entre suicidio e intento suicida, es posible tener un valor aproximado sobre cuántos intentos suicidas hay por cada suicidio consumado. Se calcula que por cada suicidio, se dan de 10 a 20 intentos (el rango es tan amplio debido a que no existen sistemas de vigilancia epidemiológica ex profeso para intento suicida, por lo que muchos intentos no son notificados a los sistemas sanitarios). Además, entre los individuos que consuman el suicidio, se estima que el 40% ya tenía al menos un intento suicida previamente y el 60% consuma la muerte en el primer intento.
A pesar de que los indicadores anteriores brindan información sobre la magnitud del problema, existen diferencias fundamentales entre quienes consuman el suicidio y quienes tienen un intento suicida. Cuantitativamente, la mayor parte de las acciones suicidas, se logran en el primer intento, por lo que utilizar el intento suicida como eje articular para intervenciones en salud mental no tiene sustento estadístico. Es decir, se tiene que atender la salud mental de forma integral y con enfoque en todas las esferas del ser humano.