Por Daniela Albarrán
Una de las cosas que más me gusta al leer es descubrir libros que son raros o desconocidos. Siempre elijo mi siguiente lectura de esa manera, y cuanto más difícil me resulte pronunciar el nombre del autor, mayor será mi curiosidad. Fue así como conocí al escritor noruego Stig Sæterbakken, y una de las novelas más incómodas que he leído últimamente, Siamés, publicada por primera vez en 1997.
La premisa de la novela gira en torno a una pareja de ancianos, Edwin y Erna. A medida que avanza el texto, nos adentramos en la intimidad de esta pareja, desde la perspectiva de cada uno. Un capítulo es narrado por Erna y el siguiente por Edwin.
De esta manera, es imposible tomar partido o simpatizar con ninguno de los dos, ya que ambos nos muestran su perspectiva sobre cómo es convivir con el otro. Es una pareja que lleva más de cincuenta años casada y que no espera otra cosa más que la muerte: “A la parienta le doy asco. Apenas soporta mirarme. Se tapa la nariz cuando entra aquí, se lo noto por la respiración, resopla como un perro. A duras penas logra cambiarme sin que le den arcadas, pero la entiendo, mi cuerpo es una cloaca, eso es todo lo que queda de él”.
Siamés es un retrato crudo sobre el amor, y la forma tan dolorosa que implica ver envejecer el cuerpo que alguna vez deseamos. Edwin y Erna son el claro ejemplo del vivieron juntos para siempre, y que esa promesa pareciera convertirse en una maldición. Pero también el libro propone observar de cerca que la vejez es una edad muchas veces triste, y más si no tienes a nadie que te acompañe en el proceso de descomposición de tu cuerpo: “Menos mal que no dejo descendencia, nadie se merece ver así a sus padres. Mi padre fue listo y se largó a los cincuenta y cinco, y se ahorró perder la cabeza, se ahorró perder los dientes, se ahorró el olor a podrido de sus propias encías”.
El amor con el tiempo cambia, de la misma manera en que el cuerpo de los amantes lo hace. Erna tiene que cuidar de la enfermedad de Edwin, lo alimenta, lo limpia, lo baña, y a pesar de estar cansada, a pesar de lo repugnante que puede ser cuidar a un ser humano enfermo y viejo, ella lo hace, porque no le queda de otra, porque son ellos solos frente al mundo: “Si estás enfermo, deberías estarlo de gravedad. Si eres viejo, deberían permitirte serlo unos días y luego dejarte ir”.
De igual forma nos adentra a ver aquello que molesta, desde las flatulencias, el olor a viejo, el excremento, el sudor y la despersonalización que se sufre cuando una persona envejece, pues pareciera que, en la medida en que uno va envejeciendo, también se va perdiendo a la persona que fuiste: “Así estoy, con la polla metida en un cordón interminable, mi última protección contra lo que, de otro modo, me habría destruido hace ya mucho, es como el cordón umbilical de un niño”.
Creo que una de las cosas más tristes y más valiosas que nos da este libro es que pone sobre la mesa la muerte de las personas que amamos, si amas a alguien, inevitablemente, alguno de los dos verá morir y agonizar al otro, y no hay una verdad más certera que esa: algún día ese ser que tanto amamos va a morir, y uno de los dos seguirá viviendo con eso.
Siamés es un libro divertido y triste a la vez: un estudio íntimo sobre el amor, la vejez, el cuidado de la otredad, el odio, la repugnancia y, en fin, todos los sentimientos que puedes tenerle a la persona que alguna vez amaste.