WarMike
Ilustración: Kenton Carrillo
Compré este viejo televisor en una venta de garaje más adelante en la calle. El vecino tenía un hermoso televisor, de esos antiguos que tienen una caja enorme atrás, bellamente decorada con detalles de madera y oro pulido en remolinos herbales exquisitos. Seguro un ebanista muy habilidoso, las virutas de madera en curva no tenían ni una astilla fuera de lugar a pesar de que la pantalla se veía amarillenta de los años de uso frente a un fumador activo. El señor Ferguson era ese tipo de persona, dejó de ocultar su vicio hace tiempo y hoy siempre tiene un cigarro en la mano y carga con billetes doblados entre los dedos de la otra, pese a eso, ningún rasguño en la bella carcasa de madera, y por un precio tan bajo. La compré. Pensé que podía convertirla en una mesa de centro muy retro colocando la pantalla boca arriba y poniendo un plexiglás encima.
Soy un tipo bastante ordenado en mi casa. Mi pareja y yo atendemos la cocina después de cada comida y no dejamos ninguna migaja. Oscar es alérgico al ácido fórmico que liberan las hormigas y que se usa en algunos cereales. Los cuales evitamos a toda costa. Por eso fue aún más raro cuando, sin ninguna razón, empezaron los episodios alérgicos en la sala. Y solo en la sala. No tardamos en darnos cuenta del problema: La televisión.
En una lluvia de ideas, la más razonable fue que había hormigas viviendo dentro de la televisión. Me pareció lógico y accedí a abrir la televisión, quitar el sistema y bañar con gasolina blanca todas las caras internas de la madera para ahuyentarlas. Esperaba no tener que dañar la bella carcasa de madera, así que ataqué por la parte de atrás de la pantalla, donde había agujeros para los cables y conexiones externas. Le arrancamos el cable de alimentación tan pronto llegó a casa. Y por ahí empecé a desarmarlo. Cada crujido que hacía la puerta me daba la impresión de romper algo de la hermosa cubierta, así que lo hice muy despacio y revisando a cada paso. Cuando por fin la abrí, no había nada. No había hormigas ni nada que no fuera el aburrido tubo de rayos cósmicos (nunca supe cómo se pronunciaba, Oscar sí, él sí ponía atención en clase). El verdadero problema era que ese aburrido tubo era toda la pantalla y quitarla implicaría destruir la hermosa cubierta. Entonces decidí dejarlo y solo echarle un poco de pesticida. Bañé las caras con una estopa llena de gasolina blanca, y creo que no me puse la mascarilla adecuada. Empezó a dolerme la cabeza.
Suspendí labores, la casa no podía funcionar con Oscar hinchado y con comezón por todo el cuerpo, y conmigo con migraña. Así que salí del Garaje y lo dejé abierto para ventilación. Estuve ahí hasta que todo el olor se fuera y entonces cerré la puerta y dejé la televisión ahí, abierta toda la noche en el garaje.
Esa noche juraría que escuché sonidos en la cocina. Al ir al garaje en la mañana, metí la nariz en la caja para asegurarme que no olía más a gasolina. Y no olía a gasolina. Pero había un olor raro. Que supe identificar, asumí que era la madera y el plástico viejo conviviendo de manera química (o alquímica, la verdad no sé nada de química) y produciendo ese aroma. Terminé mi trabajo y antes de salir la dejé armada en la sala. Orgulloso.
Por unas semanas no hubo ningún problema, pero… Un fin de semana, invitamos amigos a casa y en la plática comenzamos a jugar con las uvas del frutero. Como soy un poco obsesivo con eso de las hormigas, conté el número de veces que nos lanzamos uvas (Así soy). Y cuando las fui a recoger me faltaron. No hice escándalo porque nos estábamos divirtiendo, solo le comenté a Oscar que faltaron uvas y que tendríamos que mover muebles. Esperamos a que se fueran y en plena madrugada movimos todos los muebles donde pudo haber estado. No las encontramos. Pudo ser que me equivocara al contar o que alguien fingió lanzarla y me engañó. Pero no, yo las conté. Y desde entonces puse mucha atención no solo a las uvas, me empecé a fijar que también almendras, arándanos, cacahuates, pistachos, ajos y hasta lentejas faltaban en la alacena. Con las uvas fue fácil darse cuenta, están en el frutero sobre la mesa de centro, la del televisor.
Oscar, sospechando de ratones, roció harina alrededor del frutero buscando que se marcaran las huellas y ahí fue que nos dimos cuenta.
Las huellas que vimos eran pies. Pies miniatura. Tenían el tamaño de la punta de un lápiz, pero podíamos ver cada dedo emulando un pie humano. Nos miramos totalmente espantados. Pues luego, el camino lógico natural era seguir el rastro de los piecitos. Y estos apuntaban a un lugar: La televisión. Nos tomó unos segundos darnos cuenta, pero en cuanto lo hicimos giramos nuestras cabezas en dirección al otro. Yo no lo quise decir. En mi cabeza sonaba estúpido, pero en los labios de Oscar se convirtió en una verdad: Había pequeñas personas viviendo en nuestro televisor.
Nuestra mesa de centro, un viejo televisor adaptado, tenía pequeñas personitas viviendo dentro. Como la explicación de un infante sobre el funcionamiento de un aparato que le parece tan mágico e increíble que solo una explicación así de mágica e increíble puede ser la razón de su funcionamiento. Para nosotros esa explicación era la verdad.
Entonces, todo cambió. De pronto la culpa me inundó. ¡Lo que les habré hecho al echarles insecticida en su hogar y el haberles ahogado con gasolina!… Me tuvo con culpa todo el día, intenté no llorar, pero la empatía me inundaba. Convencí a Oscar de prepararles una canastita de víveres. Y les hizo una muy linda con papel doblado, puso frutas pequeñas, semillas y hasta les dobló varias servilletas como papel higiénico (pensó que sí tomaban comida, también tendrían otras necesidades). Dejamos la canastita cerca la televisión y nos fuimos a dormir como dos niños esperando que salga el sol la mañana de navidad.
Al amanecer y abrir la puerta del dormitorio, Estaban cinco personitas, de no más de tres centímetros sentadas sobre el frutero de la mesa. Nosotros aún estábamos en pijama, pero ellos tenían uniforme. Cuando nos acercamos se fueron poniendo de pie y adoptaron sus lugares muy ceremoniosamente. Uno de ellos tenía un traje militar con medallitas metálicas diminutas, otro tenía un traje blanco cubierto de una bata y los otros tres tenían trajes perfectamente hechos a su mini medida.
Oscar y yo nos miramos e intuitivamente nos acercamos todo lo que pudimos para verlos de cerca, y escucharlos. El militar presentó a uno de los trajeados como el presidente de su Nación, al secretario de relaciones exteriores, al representante del sindicato de actores, el Comisionado de salud pública y al General Máximo de la fuerza armada. Se hacían llamar “Formícidas”. Expusieron durante casi cuarenta minutos. Había informes para todo, en hojitas de papel que en sus manitas parecían tablas blancas.
Primero nos informaron que al arrancar el cable dejamos sin suministro energético a miles de bulbos (colonias, o algo así entendí), lo que los llevó a usar a sus mascotas hormigas en generadores giratorios donde usaban el mismo ácido de las hormigas para hacerlas correr en las cintas generadoras. Pero luego del baño insecticida, ninguna hormiga, obrera o mascota, sobrevivió. Y la gasolina blanca provocó una cuarentena además de destruir todos los cultivos de hongos comestibles. Dicen que todo formícida que salió de su casa murió irremediablemente durante una semana. La crisis hizo avanzar la medicina formícida. Y el nuevo hogar les obligó a buscar nuevas fuentes de alimento, pues la falta de humo complicó el crecimiento de los hongos y el orden en la casa hacía difícil encontrar hongos o alimento sin largas expediciones.
Nos contaron como antes podían robarle papel higiénico y comida al señor Ferguson siempre que se quedaba dormido frente al televisor. De cómo eso era muy fácil y cómodo ya que con frecuencia tomaba un puñado de palomitas y las arrojaba directo a la pantalla, riendo, llorando, enojado, o como sea, lo hacía diario. Luego, el actor, que era muy guapo a pesar de su estatura, nos imploró que encendiéramos la televisión, sin importar si tenía cable o no, explicando que el pueblo entero se había especializado en la producción audiovisual y ser una mesa los obligaba a ser recolectores o fungicultores.
Y así lo hicimos.
Y descubrimos por qué Ferguson les arrojaba palomitas. Los actores formícidos son impresionantes, imitaban a estrellas de Hollywood, deportistas, comediantes, guerras, desastres naturales y concursos. ¡Ay los concursos! Saber que todos los tontos concursos de televisión eran en verdad hechos por personas trabajando duramente por entretenernos hacía la experiencia aún más graciosa. Simplemente su nivel de producción es increíble para alguien de su tamaño. Es como tener nuestro propio teatro en casa. Y nunca dejo de alimentarles y a veces, hasta les doy de más.
Siempre le he dicho a Oscar desde entonces: No hay enemigo pequeño.