Olivia Baranda
Me gustaría que ustedes sepan todo lo que me provoca escuchar a Lil Peep: Lil Peep me hace sentir como una niña perdida en un mega estacionamiento de plaza comercial gringo desesperada por encontrar a mis padres, Lil Peep hace que quiera bailar desnuda en una fiesta familiar mientras todos, sorprendidos, se persigan, Lil Peep me transforma en una cucarachita recién bañada y todo esto en el buen sentido. Su música es tan fresca, a pesar de ya tener seis años muerto, y fusiona tan bien el trap con el emo que yo pienso que es uno de esos fenómenos musicales qué suceden cada veinte años. El trap nació de gente blanca deprimida, rechazando el bling bling del hip hop norteamericano, teniendo los ideales contrarios, “trap” significa trampa —así se le dice al lugar en donde se compran las drogas en inglés estadounidense— y los traperos se comenzaron a tatuar la cara no para verse bonitos, sino como automarginación, aunque todo lo que se vuelve comercial acaba siendo absorbido por el capitalismo y se nos regresa en forma de producto de consumo. Pero yo creo Lil Peep es de los exponentes que más resisten a ser una marca, pues su comportamiento es un tanto estoico punk.
Desde su primer álbum creo todo lo que necesitó para ser el ícono y dar pie a otro tantos “Lil” que quisieron imitarlo. “Star shoping” es una de las canciones de amor en el trap con mejor juego poético rítmico y “Save that shit” tiene toda la energía de los Ramones, pero con la esencia de este siglo, ya no suena a viejito, pues.
Murió de sobredosis como la estrella de rock que es y hoy, después de tantos años, siguen saliendo canciones suyas en solitario y en colaboración —parece sacado de un cuento de David Foster Wallace.
Tal vez su destino sea ser un músico de culto, y, ¿saben qué?, está perfecto, no necesitamos una legión de Liltards quemando su música por todos lados, es mejor escucharla ocasionalmente y que nos haga sentir como un tinaco negro que se derrite por el calor.