Ganar espacios no es una cuestión sencilla. Es nadar contracorriente y apostar un sueño en una taza de café, buscar el quemado perfecto, el tamaño de molienda que embone en la máquina y degustar con el paladar los sabores de los distintos granos. Una vez que se ha logrado la consistencia deseada, entonces tomas tu libreta y tu pluma, tus libros o a los amigos y te sientas a compartir un momento de tu existencia en la comodidad de ese espacio−tiempo que para muchos poco tendría de productivo.
Dedicarse al mundo del arte puede ser una manera extraña de resistir a los combates de un mundo que te obliga a levantarte todos los días y viajar dos horas a tu trabajo y de regreso. Dedicarse al arte es detener los instantes en un cuadro, un poema o una nota musical. No sólo eso, muchas veces es compartir ese instante y congelarlo en la memoria en el formato de un libro, en el reconocimiento de aquellos que comparten la misma pasión por vivir el día, por hacer catarsis a través del diálogo y los encuentros.
A veces basta buscar un pretexto para colocar un sueño en el centro de la ciudad, un lugar base que nos sirva de llegada para respirar y despreocuparte por un momento del tráfico y del deber hacer, tomar un manuscrito y transformarlo en libro, tomar un óleo y transformarlo en galería, tomar la amistad y convertirla en eslabones de confrontaciones, unir fuerzas y continuar con el nado contracorriente.
Para quienes nos dedicamos a las letras es importante mantener los pretextos avivados, por lo que El café de los escritores es perfecto para sentarnos y nombrar a Pizarnik, esperar los fantasmas de Rosario Castellanos o comer una madalena con Proust, nombrar a nuestros autores oráculos para solicitar el refugio de la cafeína y de una cueva que nos guarezca de la desesperación de existir arrojados al mundo. El café de los escritores no sólo es esto: también es un homenaje a aquellos amantes de la pluma que abrieron brecha en el oficio para aquellos zacatecanos que seguimos sus pasos, aunque en muchas de estas ocasiones sea zigzagueando para aparentar que vamos por una callejuela distinta a la que ya se sendereó antes, pero que, así como se llega a Roma, aquí nos bifurca, nos sube y baja, nos bloquea con callejones sin salida, pero al final desembocamos en este mismo mar de las palabras.
Así, también, podemos tomar un café con aquellos maestros que en la constancia nos han sabido guiar a través del universo onírico de los versos y la consistencia del amor por las palabras de los otros, que luego se vuelven nuestras a fuerza de repetición: la constancia de paladear una y otra vez nuestras líneas anclas. Abrir proyectos, por lo tanto, es una constancia de El Café de los Escritores, subir los telones de este teatro para dar la bienvenida a la resistencia del medio, posicionarse de pie frente a la borrasca, permanecer quieto, tomar los espacios para integrar la unísono un sueño, la literatura, una galería y una editorial, pero siempre acompañada de la vida bohemia que sólo se puede compartir con un buen sorbo de algo fuerte.
Por esto y muchas otras cosas celebro la valentía de quienes, con miedo y todo, se atreven a lanzarse al precipicio con las ganas de hacer algo distinto como única cuerda atada a la espalda. Porque, además, sabemos que a veces basta un símbolo para comenzar el ritual del día a día, levantarte y prender un vela, tocar tierra, persignarte antes de salir de casa, para mí es una taza de café por la mañana, por lo que los invito a que, junto a este número de El Mechero, se sienten frente a mí con su respectiva bebida disfrutar de este número que se ha hecho con mucho cariño.
Aquí también puede encontrar las críticas de J. Luis Carvajal con su ya esperada crítica a la poesía zacatecana, que él nombra postvelardeana; en esta ocasión nos habla de un emblema en los versos de esta ciudad: José de Jesús Sampedro con “El blues de Sam y el puff del saurio”.
Siguiendo el tema de la poesía, los premios, las editoriales y el oficio, Alberto Avendaño nos comparte su crítica acerca de los vicios que ocasionan los premios a la poesía misma, porque la asfixia de escribir sólo por recibir un premio y cumplir con ciertas cuartillas puede ultimar el verso por el verso mismo. Claro que hay una crítica más profunda, y hasta un dejo de cinismo, en las palabras de Alberto, pero realmente vale la pena hacer la reflexión.
Además, hablando de los objetos que nos anclan en alguna parte del mundo, Marifer Martínez Quintanilla nos narra su experiencia con relación a la mudanza de continente y cómo los libros no sólo son un objeto que adornan en nuestra casa, sino que se vuelven nuestro hogar mismo.
Acerca de los libros y los procesos llenos de magia, Ezequiel Carlos Campos nos cuenta cómo le va con este encuentro, que podría parecer tardío, con la saga de Harry Potter, pero que en realidad siempre llega a tiempo de avivar esa llama de la niñez y el crecimiento, los ojos sorpresivos vistos desde un adulto con alma de joven lector.
De igual forma, en la ya esperada colaboración de Todo con ciencia, Perla Rosales Medina nos escribe sobre “Oppenheimer: la guerra, la bomba y Barbie”, para no perdernos una postura más cercana a lo que uno, simple mortal humanista, sólo alcanza a intuir en las encrucijadas de lo real e imperceptible.
Tampoco puede perderse el cuento de Óscar Bonilla: Mr. Hemingway, porque las consecuencias de una decisión tan pequeña puede cambiarte el mundo, no hagan caso omiso a las advertencias.
En nuestra virtual contraportada, les dejamos las ilustraciones de Andrea Vega, quien nos da la certeza de que lo oscuro y la línea sutil pueden coexistir de una manera única.
Finalmente, los invito a tomarse el último sorbo de café con los versos de nuestro querido Luis Vicente de Aguinaga, fiel devoto de nuestro santo patrono, quien nos abre el abismo y el vértigo con un poema sobre la caída, la sin esencia y la reducción de lo que no puede llevarse al mínimo. No olviden llevar su pluma y papel la próxima vez que se sienten a tomar una taza de café, no olviden anotar esas ideas que vienen y escapan al poco tiempo.
Tampoco lo olviden: ¡juntos incendiamos la cultura!
Karen Salazar Mar
Directora de El Mechero