
Lo prohibido tiene dedos, tacto. Por eso nos “tienta”. ¿No es tentar, la tentación, una metáfora en sí misma y perfecta? Es que siempre pensamos con el cuerpo. ¿Por dónde si no nos puede entrar el mundo si desde el principio somos bocas que se beben la constelación del pecho materno? Tal vez por eso, para hablar de lo esencial o de lo profundo, nos sentimos tentados a acercar lo inefable con lo físico. Y ahí, siempre al alcance, el vasto territorio de la piel, con una pequeña boca en cada poro para beberse el mundo. Tal vez por eso también lo prohibido te acaricia por dentro para que te atrevas a tocarlo. Te tienta la piel y los sentidos, te hurga ese órgano de los deseos, esa otra piel hambrienta de tacto y de caricias, sedienta por satisfacerse y llenarse. Colmarse.
Ana Clavel
ARACELY FLORES
No existe erotismo sin transgresión, sin sensualidad, sin deseo, sin fantasía. Todo lo que hay en sus periferias es sexualidad o pornografía. Un cuerpo desnudo sobre el lienzo o la cúpula de los amantes en las líneas literarias son el reflejo del erotismo solamente cuando hay transgresión. El pintor transgrede el lienzo en blanco con su pincel, el escritor transgrede la hoja con la pluma. Hay una representación de la cópula cuando se erigen estos objetos como representaciones fálicas e invaden la blanquitud del espacio. La pureza se transforma, se diluye en una caricia, cuando las pinceladas aparecen otorgando el color o cuando las palabras abren el espacio de lo etéreo.
Para transgredir hay que observar lo prohibido, lo ajeno a nuestro cuerpo, aquello que se distancia y no nos pertenece en la lejanía, pero que se avizora a través de la imaginación o la memoria, acercándonos al objeto adorado, ya sea con el cuerpo o la transformación de éste en arte o literatura. Se posee a través de la espontaneidad de las caricias, de los sabores, los olores y los sonidos. Se posee con la espontaneidad de las palabras y las imágenes. Cuando se mira al objeto de deseo más allá de su figuración corpórea. No sólo se desea la cópula, también el goce de la transformación, que genera el contacto y la inquietud después del éxtasis, de ese momento efímero que todo lo aniquila.
El erotismo genera la pasión la más intensa, la más sublime y cercana al sufrimiento: “puesto que es, en el fondo, la búsqueda de un imposible”, pues jamás se podrá poseer al otro de una forma total al objeto de deseo, siempre existirá un vacío entre un ser y otro, sin embargo, existe el acercamiento y el deleite, el anhelo de volver la aproximación en un contacto más prolongado expuesto en el arte de los cuerpos mancillados por el roce de la epidermis. El papel y el lienzo, incluso el cuerpo del ser amado, ya no serán los mismos. Ni tampoco el artista ni el escritor cuando transgreden el lienzo y el papel, objetos que son la analogía de la piel. Disueltos se dispersan en la espera del lector o el espectador vouyeristas, otra cópula del amor y el erotismo. Hay una entrega y más que una simulación cuando se crea, hay seducción, pues en el arte nada es efímero, es prolongación y éxtasis.