Diego Varela de León
En distintos esbozos hemos tratado el tema de la violencia desde distintas definiciones, enfoques y reflexiones, todo encaminado a la toma de conciencia desde lo individual y colectivo, con miras a una prevención integral de la seguridad, pues ésta nos atañe a todas y todos, y hablar del tema de las violencias es hablar de un entramado complejo de problemas que se expresa de diversas formas y modos en todo el mundo y por supuesto que nuestro país y sus entidades no escapan a estas entropías sociales, y en este sentido se habla de que existe una violencia generalizada representando entonces una alteración del bienestar de las personas.
Para la organización mundial de la Salud (OMS) la violencia la define como “El uso deliberado de la fuerza física o el poder, ya sea en grado de amenaza o efectivo, contra uno mismo, otra persona, un grupo o comunidad, que cause o tenga muchas posibilidades de causar lesiones, muerte, daños psicológicos, trastornos del desarrollo o privaciones”. Y derivado de esta definición observamos que el ejercicio de la violencia tiene una intencionalidad es decir un uso deliberado, igualmente que se convierte en un ejercicio de poder y por tanto alude a relaciones en las que una persona tiene más poder sobre otra, es decir que existe desigualdad, asimismo que puede ejercerse en contra de distintos sujetos, es decir de uno mismo, otra persona, un grupo o bien la comunidad, y que igualmente casusa o puede causar daños de distintos tipos, manifestándose en hechos concretos o en amenazas, y de acuerdo a esta definición de la OMS podemos asentar que la violencia consiste en acciones u omisiones cuya intención es hacer daño u obligar a un individuo o grupo a realizar actos contrarios a su voluntad, mediante el exceso del uso de la fuerza y del poder, lo que al final de cuentas genera un orden asimétrico relativamente estable donde se ven implicados distintos actores como el que ejerce la violencia (victimario), así como el que la recibe (víctima) al igual el que la presencia.
Para algunos otros autores como Litke, quien aborda la violencia como una violencia de otra persona, en su anatomía mediante fuerza física o respecto de su capacidad para adoptar decisiones por medio de la fuerza psicológica, y señala que las expresiones de violencia se pueden ejercer en forma personal o institucional, y propone analizar la violencia no sólo desde la consideración de la naturaleza de la fuerza utilizada y del agente que la ejerce sino incorpora los efectos que causa sobre el receptor. Por otro lado, Archer nos plantea que la violencia no sólo se refiere a actos específicos como patear, cachetear, o herir con una arma a alguien, sino que incluye las posibles consecuencias dañinas de tales actos, sean estas físicas, psicológicas, económicas, sociales, etc.
Los planteamientos tanto de la OMS como de los autores citados nos plantean e invitan a la reflexión que la violencia no es sólo el acto de herir, golpear o amenazar, sino que se trata de un proceso que implica daños que se instalan en las personas, las familias y las comunidades. Dicho lo anterior una y otra vez lo hemos asentado que las distintas manifestaciones de la violencia no son naturales y si bien son producto de las relaciones sociales, la reflexión y sobre todo nuestras acciones nos tienen que llevar a un sentido transformador de éstas desde lo individual y colectivo, para que entonces podamos transformar esas violencias en situaciones de bienestar, desarrollo personal y colectivo así como en armonía y paz social que nos conduzcan a mejores condiciones de vida.