Por Luis Enrike Moscoso
Big bang
Mil ecos de voces
en otras dimensiones
y los pasos del cangrejo
tic tic
El Cangrejo
tic tic
pasos
rotundos pasos
de manada
pum pum
pasos que se acercan
pum pum
Manada de elefantes
gritos de monos
humo humo humo
homo homo sapiens
descubriendo el fuego
descubriendo-se
desnudo de hojas de parra
Mil Adanes
mil Evas creando la creación colectiva
creando el edén
creando
Tras tras
El corte el ensamble
la voz el acorde
Tras tras
El viento recorriendo los corredores
obsesos de luz en un país
de maravillas
El canto
de veinticuatro
sirenas con diadema negra
el canto
El cangrejo otra vez
Pum pum
Pasos rebotando en el mundo
Pum
El paso de todos
jaurías
manadas
parvadas
cardúmenes
piaras
rebaños
gruñendo
graznando
silbando
balando
barritando
creando-lo todo
como gotas ordenando el latido del
|mar
Y todo fluye
nada hay
Todo fluye
nada existe
SOLO ES LO QUE NOMBRO
La sinapsis de todas las cosas
en esta interminable danza
que todo lo da
La vida
De cómo el poeta se reencuentra con el mar y sonríe
I
Digo
que he venido aquí como quien vuelve a casa
después de largas ausencias.
Y digo también que el mar es un delirio,
un niño ansioso acariciando las mejillas
sonrosadas de la arena
—cariñoso vástago que se torna sangre—
en la moribunda explosión de los crepúsculos.
El mar es un delirio, digo.
Veo su calma tibia como el pecho iridiscente
de una nodriza que amamanta silenciosa al universo.
Estatua de sal que seduce el amanecer desde su entraña
como si un parto viniera a diario a reventar sus hilos,
a violentar sus azules toros de espumoso brío.
II
¿De quién es el mar?
¿A qué espejismo pertenece?
III
Un pico rompe la clara cara del agua.
Miles de sardinas danzan la danza de la huida.
El sol entreteje sus luces con las gotas que salpican las horas.
Un cangrejo abandona la angosta casa de su infancia.
Mis pies se pierden bajo los granos de la arena negra de San Benito.
IV
He abierto los ojos ante tu brisa
Padre sangre
Abuelo mar
V
El mar es un corazón delirante
Sístole
D i á s t o l e
En el eterno arrullo de la contraola.
Mariposas
En el hielo nocturno, vuelo.
Mil veces equivocado,
mil veces en lo cierto, reduzco mi historia al aleteo de una mariposa
sobre un charco de aceite en un callejón japonés del que nadie habla.
A esta hora,
en Shanghái o Juchitán
un niño sueña esa mariposa
y Zhuangzi se confunde al encontrar
una fotografía donde se marca claramente la dualidad del todo.
Un niño sueña una mariposa y ríe.
Yo, desde este silencio donde nada flota,
escribo estas líneas para parecer más vivo.
Como si cada electrón del universo me perteneciera.
Mientras tanto el niño corre
a un campo donde la mariposa
vuela dudosa y tiembla como una hoja
a punto de romper la tarde en millones de trozos.
En el charco se refleja la tarde
y nadie la ve.
¿Se refleja acaso?
Una mariposa sueña que es un niño
como el niño que sueña
con Zhuangzi
que sueña con mariposas
que sueñan con niños
que sobrevuelan charcos
en Juchitán o Shanghái.
Un sueño es un niño mariposa.
Nada existe realmente.
Todo está ahí, como en un limbo, suspendido
a medias como la flecha de cupido
apuntando al vientre/mariposario de Santa Teresa
en el momento en que Bernini
troca la roca en tenues aleteos.
Un niño mariposa un sueño
no de humo,
de niebla
una niebla grácil, dúctil, inútil
y perfecta como la gracia.
—todo se trastoca y vuela y flota—
Entonces,
en el hielo esculpo mi nombre
sin alas,
hecho de bruma y kilómetros.
Este soy yo
en el silencio de un bosque ajeno
tiritando como un átomo.
Desde esta quietud nocturna
escucho pasos
cantos y silencios
y sueño aleteos de niño
sonrisas de mariposas invisibles.