Estrellas infantiles
Durante la plenitud de la inocencia,
mis ojos apenas se abrían
ante el mundo con un millar de preguntas,
perdidos en el mar de las incertidumbres infantiles.
En ese entonces, las palabras de los adultos
eran solo palabras.
La violencia,
Una abrumadora rutina de gritos,
platos,
de microondas que vuelan
sobre las cabezas
y un pequeño cuerpecito
escondido bajo la cama.
Me arrulló en la cuna el odio y la desconfianza.
Las serpientes enlazadas de dos amantes
con veneno en la sangre y hiel en la mirada.
Traiciones como cuchillos.
Cuchillos como canciones.
Como besos,
despedidas,
como sonrisas,
y caricias de buenas noches.
Crecí.
Crecí descubriendo cielos.
Sin estrellas, sin guías.
Sin lunas brillantes.
Sin los infinitos
e inciertos caminos de la Vía Láctea.
Fue así hasta las vacaciones.
Cuando en medio de silenciosos caminos de tierra
y hierba siempre virgen.
Descubrí que la luz que atravesaba nuestro paso
pertenecía a la luna.
Y vi por primera vez las estrellas.
Y descubrí las constelaciones,
con sus dioses
Escritos mucho antes de que Chile fuese Chile,
Y Santiago un valle saqueado
por la codicia humana.
Y pensé en el universo.
Con sus cientos de miles
de formas expandiéndose eternamente lejos de nuestras miradas.
Y pensé en cientos de posibilidades.
Y pensé que la vida podía ser diferente.
Entonces,
me hundí en la tristeza.
Pedí volver a casa.
Quería mirar un cielo, que no me hiciera pensar que el mundo pudiese ser distinto.
Que la vida podía ser vida.
Que la vida podía doler menos.
Para Francisco
¿Sabrá usted del amor?
¿Sabrá del amor?
Cuando nunca le han acariciado el alma con la ternura de la palabra,
ni lo han sostenido sin la exigencia posesiva del ego.
Sabrá usted del amor,
cuando los besos de su compañero ahoguen la tristeza
y los ojos se le gasten de tanto encontrarse.
Sabrá usted del amor,
cuando tenga liviano el espíritu
y aprenda a querer sin esperar castillos o prisiones.
Sabrá usted del amor,
cuando aún viendo los rostros hostiles del enamorado,
decida besarlo.
Sabrá usted del amor,
Cuando la sonrisa cómplice de la dicha compartida,
Se asemeje más al trinar de las aves que al arrastre de las cadenas.
Y cuando sepa,
que el único minuto en el que se pertenecen es cuando se unen sus carnes y con sus carnes el alma.
Monotonía
Me gustaría llevar una vida tranquila. En la que el ruido fuese solo el sonido ensordecedor del silencio.
Poder recostarme en un piso fresco, limpio y así encontrar algo de tregua, cuando el abrasador calor del verano me encierre en una jaula de sudor e irritación.
No quiero ser esto, no quiero ser lo que soy ahora.
No quiero estar prendada a esta monotonía, que ha logrado que me acostumbre a tantas cosas indignas.
A una pesada rutina de dolencias.
La tos cada mañana, cada noche, cada hora, cada día.
El dolor en el cuerpo y la fatiga crónica.
La imposibilidad de ser, de seguir siendo, de querer ser.
El ruido. El ruido de la televisión, de los martillos, de las máquinas.
Quiero una rutina diferente.
De heridas superficiales.
De sufrimientos brutos.
Cuyo nacimiento se esconda en donde las palabras no encuentren entendimiento entre dos oradores y no en la ofensa imperdonable, que nos ata a un dolor perpetuo.
Quiero una monotonía diferente.
En donde los rostros cercanos vengan acompañados de dulces recuerdos.
En donde los nombres no se asocien al pecado.
En donde no me castiguen por ser yo.
Una vida diferente.
En donde me guste mirar a mis gatos y la televisión.
En donde mi frágil corazón, encuentre las manos que lo sostengan sin partirlo en cientos de pedazos.