Si hay algo que puede destruir una buena historia sin duda es el final. Un final predecible resulta tan malo como uno inverosímil. De allí que la mesura sea una virtud necesaria para quien crea historias. Así, una de las mayores preocupaciones para los que escribimos narraciones con un tono policiaco o de terror es la revelación del villano al final. Existe el riesgo de que sea inconexo, un Deus Ex Machina o sumamente forzado, como el mesero resentido, o la viuda joven. Frente a un mundo cada vez más hostil, cualquiera puede caer en lo que Philip Zimbardo, en el conocido libro El efecto Lucifer, llamó la escalera resbaladiza de la maldad. Ahora bien, el villano debe ser quien menos lo imaginamos, sin muchos adornos y con una motivación humana, o malvada, que para el caso es lo mismo.
No cabe duda que la naturaleza es la mejor autora que existe, porque no deja cabo suelto. Todo se corresponde, porque todo se relaciona. También todo lo que el ser humano hace tiene una consecuencia, para bien o para mal. Aunque, históricamente, somos la especie más depredadora y destructiva, nosotros también sufrimos el embate de una presencia maligna que nos sometió a jornadas de trabajo, dolores de espalda y, hambruna; además lo hizo sin violencia, prometiendo una mejor vida y un futuro próspero.
Para desenmascarar a este oscuro personaje debemos viajar en el tiempo, no mucho, tal vez unos 10 mil años. Allí vemos a un grupo de simios, primates que llevan una vida bastante tranquila como recolectores-cazadores. Imaginemos sólo trabajar lo necesario para asegurar comida para el día siguiente, nada de esperar la quincena, cazabas un par de carneros salvajes y juntabas un par de higos y ya, a cotorrear y chismear con la tribu, porque el chisme, villano popular del amor y de la sociedad, es ese personaje que parecía malo, pero era aliado.
Al chisme lo culpamos por las separaciones o despidos, pero en realidad ayudó en gran medida a la evolución del Sapeins, es el Severus Snape o el capitán Nemo de la evolución. Así lo plantea el historiador israelí Yuval Noah Harari en su famoso libro De animales a dioses. Breve historia de la humanidad, donde señalaba que el chisme unificó a los primeros y pequeños grupos de simios, así como estableció los primeros lazos de confianza, pues las mejores amistades, desde la antigüedad, se aderezan con chisme y amor.
Por otro lado, el mismo Harari señala a un misterioso participe de nuestra biografía como especie, pero, antes, debemos entender a qué se refiere con la “el mayor fraude de la historia”. Resulta que, como lo mencioné antes, la vida de cazador-recolector era increíble, sin embargo, no era tan estable, pues dependía del entorno. Como si se tratara de una estafa piramidal, los Sapiens le entramos a la llamada “revolución agrícola”, la cual, en palabras del historiador, sólo nos trajo dolor de espalda.
Y es aquí donde aparece uno de los villanos de la historia humana (o héroe dependiendo de la misantropía que se tenga): el trigo. Dice Harari: “La revolución agrícola fue el mayor fraude de la historia. ¿Quién fue el responsable? […] Los culpables fueron un puñado de especies de plantas, entre las que se cuentan el trigo, el arroz y las patatas. Fueron estas plantas las que domesticaron a Homo sapiens, y no al revés”. Y es el trigo el que se ensañó con la especie humana, al grado de que todavía hoy no nos ha soltado de su yugo.
A saber, “El trigo les exigía mucho. Al trigo no le gustan las rocas y los guijarros, de manera que los sapiens se partían la espalda despejando los campos” y, de esta forma, el trigo obligó a nuestros ancestros a trabajar arando la tierra, trasladando agua, llegando a quemar bosques para que el trigo obtuviera sol, y a extinguir a depredadores del mismo, y todo para que ni siquiera otorgara los mejores nutrientes que se necesitaban.
Como si se tratará de la viuda sensual de vestido rojo que resultó ser la asesina, el trigo nos “bailó sabroso” y caímos bajo su encanto y gluten. Harari lo pone en los siguientes términos: “Una serie de decisiones triviales, dirigidas principalmente a llenar unos pocos estómagos y a obtener un poco de seguridad, tuvieron el efecto acumulativo” que hasta la fecha nos persigue como maldición, la maldición del lunes, de la nómina, de la piedra de Sísifo.