Adso E. Gutiérrez Espinoza
Unos años atrás me enteré que habían replanteando el plan de estudios de la Licenciatura en Letras, de la Universidad Autónoma de Zacatecas, y habían incorporado, entre otros aspectos, la formación de correctores y editores. Esta incorporación, que no una mala idea, obedecía a la necesidad de formar profesionalmente a estudiantes interesados en el mercado editorial, en su otra vertiente más bien fantasmal, lo cual ya se hacía, aunque no de esa manera. Mis primeros pasos, por ejemplo, los hice con el equipo de investigadores sobre el pensamiento y las literaturas novohispanas, que ha sido la base no sólo para mí desarrollo profesional. En su momento, esos pasos cumplían una necesidad académica, el rescate y el estudio de una obra literaria, que a la fecha se ha convertido en mi libro de arena, pues cada que vuelvo encuentro detalles que no había visto. Las primeras enseñanzas del equipo, en materia editorial, consistían en lo siguiente: replantear los objetivos de cada proyecto, sin importar si éstos eran o no dieciochescos, qué se quería lograr con él y para qué publicarlo —una suerte de pensar si el proyecto podría ser un producto editorial y cómo lograr convertirlo en eso—, considerando los objetivos del autor, que obedecen casi siempre a intereses personales, y a los propios; pensar que la misma obra ya no le pertenece a su autor, o al menos ésa es la intención, sino ya pronto será un producto cultural, incluso en el que ya se desarrollan nuestros derechos culturales; considerar que el trabajo del corrector y el editor es fantasmal, es quien detrás del telón constituye las primeras relaciones con el lector, pero, para unos, es un trabajo ingrato porque si se hace un buen trabajo no se le reconoce al corrector, en caso contrario le cae una lluvia de fuego —en lo personal, creo que no lo había visto de esa forma y más bien lo veía como una forma para estudiar el pensamiento y aprender de los autores—; saber que el autor no siempre sabe o logra comunicar de manera efectiva los mensajes en su obra, y entender que el trabajo editorial jamás termina —es posible volver a corregir una obra corregida y publicada, como ha pasado con la obra de sor Juana y Severino Salazar.
Estos aprendizajes, más allá de lo que bien podría ser recomendaciones para quienes se inician o desean ser un editor, se direccionan para mostrar también cómo es el labor en el medio, incluso es posible aplicarlos en el periodismo —a la fecha, me pregunto cómo sería el periodismo sin la supervisión de un buen editor, que diga no sólo cómo escribir, sino aplicar los criterios para hacer eficiente la comunicación entre los lectores y el texto—, y las investigaciones académicas —una anécdota, sin decir nombres, he conocido a investigadores con trayectoria académica con problemas serios para escribir y comunicarse de manera eficiente.
Ahora bien, ¿qué otra tarea hace un corrector?: el cuidado editorial, revisar que en las pruebas finas (o la propuesta de libro armado) no venga con erratas, descuidos y el diseño sea homogéneo —si en los títulos se coloca un color, se debe mantener y eso hay que revisar para que no se vaya con problemas—, aunque el corrector no tenga conocimientos sobre diseño de interiores y de forros. De ahí que es importante observar que el trabajo del corrector va de la mano de la labor de un diseñador, es un trabajo en equipo y de pared ciegos, aunque habrá situaciones en las que el trabajo del corrector se límite sólo a revisar el texto —por ejemplo, revisar artículos de investigación, tesis, cuentos, poemas, ensayos e incluso libretos. Parte de esta actividad es la corrección ortotipográfica, que consiste en revisar, lo que ya se mencionó, y confirmar que las correcciones en los manuscritos se hayan aplicado y no haya problemas, por ejemplo, de pérdida de información. Estas distintas direcciones, más allá de las posibles y la naturaleza del proyecto, por más pequeño que sea, dibujan la complejidad de la labor. Además de que se debe tener con un amplio conocimiento del lenguaje, del tema que se revise y, si no es así, apertura para conocer sobre otras áreas del conocimiento. Más allá de la idea superficial de que el corrector sólo revisa “puntitos y comitas”.