VÍCTOR RO CA
No puedo dejar de temblar, a cada momento se me eriza la espalda y la mejilla, me rasco la barba para destensar la piel, con violencia me encajo las uñas. La sensación de dolor me dura aproximadamente diez segundos, lo cual es insuficiente para distraerme del miedo. Es absurdo, pero no puedo evitarlo. Me veo ridículo, con mis noventa y cuatro kilogramos apretados de miedo bajo un brazo. Si de por sí escuchar ruidos extraños es poco cómodo, ahora quedarme en silencio es peor. Sé que en cualquier instante la paz será quebrada por esos malditos sonidos.
El 12 de septiembre fue cuando comenzó la pesadilla. Toda la tarde discutí con mi esposa, la desgraciada se merecía todo mi odio. Me quedé a nada de darle un buen golpe para que dejara de decir tantas estupideces, pero le prometí a mi madre que no lo volvería a hacer. En fin, con el coraje bien atorado y una botella de ron barato me fui a dormir a la habitación de abajo, allá donde sólo guardamos mugre. Dormí de lo lindo. Fue hasta que salió el sol que desperté con la mirada puesta en el techo, con el tufo amargo y pegajoso, sólo pensaba en el hambre que tenía, pero ésta con sus berrinches no me haría mis huevos cocidos con queso y mucha cebolla. Se me estaba calentando la sangre, cuando escuché a mi hijo arrastrándose de rodillas para que no lo viera. Le gusta hacer eso para salir de mi vista hasta que llega junto a mí y me asusta, pero es tan torpe y pequeño que es imposible no escuchar su mezclilla deslizándose por el piso.
Lo escuché avanzar despacio, aunque aún tenía coraje con la maldita de su madre, el pequeño no tenía la culpa. Me sacó una sonrisa. Cada vez estaba más cerca, me hice el dormido para que pensara que sí me asustaría. Escuché como jadeaba mientras daba toda la vuelta a la cama. A mi costado apoyó sus manos en la cobija que colgaba. Apreté los ojos y la boca para no reír, sentí su respiración mientras trataba de no hacer ruido, pero la cara me cambió cuando escuché su vocecita decirte: ¡Pendejo!
Abrí los ojos de golpe y la piel se me erizó cuando frente a mí me encontré con el vacío.
—¡¿Qué traes…?!— le grité mientras me abalanzaba al costado de la cama, pero no había nadie. Me paré de un brinco para alcanzarlo afuera del cuarto. Corrí hasta el borde de la escalera para atraparlo. La mandíbula se me dislocó y toda la barba se me crispó cuando escuché a mi hijo arriba en el comedor hablando con su mamá mientras que desde el cuarto escuché la voz que se reía y decía “pendejo”.
No hablé con nadie del tema, pero desde ese día no volví a bajar. De alguna manera me sentía tranquilo estando arriba, como si en el piso de abajo se escondiera esa voz. Todo estuvo bien, hasta hace 4 días: mi mujer se llevó al niño con su abuela, chillando que ya no regresarían, la misma de siempre. Toda la tarde me la pasé tenso, le pedí a la Alexa música para escuchar algo que no fuera silencio. Me metí a bañar a para irme a tomar una cervecita con el Moco.
Mientras me ponía el champú, escuché que llegaron, andaban de buenas, la mujer cantaba y el niño jugaba a algo. Mi hijo como siempre orinándose, tocó la puerta para sentarse en la taza. En cierta forma me sentía tranquilo con su presencia.
—¡Ya está abierto! Grité cuando le quité el seguro a la puerta y corrí la cortina de la regadera. Escuché que entró, se sentó y orinó mientras tarareaba la melodía de Paw patrol.
— ¿Qué dijo tu abuela?, le pregunté para saber si le habían ido con el chisme de que la cacheteé.
No me contestó y siguió tarareando.
— ¡Diego! Te estoy hablando, ¿qué no me oyes?
Pausó la melodía para contestarme:
—¡Yo no soy Dieguito!
Quité la cortina y me cagué cuando vi el baño vacío.
Lo peor me pasó hoy, hace como media hora. Ya estaba dormido, pero escuché que mi mujer me gritó: ¡Levántate! Cuando abrí los ojos estaban dormidos, todo en oscuridad, supuse que todavía lloraba, pero no la volví a oír. No pude dormirme otra vez, agarré el teléfono para distraerme, hasta que escuché que algo caminaba en la sala. Lo ignoré, siempre se escuchan ruidos así. Nada fuera de lo normal. Pensé en decirle a Alexa que prendiera todas las luces de la casa, pero iba a hacer mucho ruido, preferí sólo prender la luz del comedor, el apagador estaba junto a la puerta. Me paré muy valiente, sólo saqué la mano, pero sentí que algo allá afuera me observaba. Volando me regresé a la cama.
Ya con la luz prendida y con mi celular viendo videos graciosos, los pelos se me pusieron de punta cuando Alexa susurró: “Muy bien” y se apagaron todas las luces. Las manos me temblaron y lo más pronto que pude intenté prender la lámpara del celular. Cuando por fin lo conseguí, en la puerta entreabierta estaba una cabeza asomada, era la cabeza de una mujer mirándome mientras sonreía. Cuando agarré aliento y el susto se me fue a los pies, la cabeza se hizo hacia atrás como un gato para desaparecer. No se me ocurrió otra cosa más que levantarle un brazo a mi mujer y abrazarme con él.