ENRIQUE GARRIDO
Llegué a esa edad en la que cada vez que me preguntan “¿cómo quieres tu café?”, respondo “negro y amargo como la vida adulta”. Tal vez se trata de una postura graciosa, de una liberación a través de humor o de una franca solicitud de ayuda; sin embargo, no puedo negar que el café se ha convertido en un estimulante para mi imaginación en el momento de la creación. Para el gran Rubén Darío, “una buena taza de su negro licor, bien preparado, contiene tantos problemas y tantos poemas como una botella de tinta”. Y no es para menos, el café es confidente, una bebida oscura que aclara la mente.
En mi caso, escribir sin una taza de café es tan improductivo como hacerlo con los ojos vendados o las manos amarradas, y sin el erotismo propio de la inmovilidad; es decir, se ha convertido en un contertulio para esas madrugadas, el cual me mantiene despierto y atento al teclado. Sin duda, no concibo mi vida sin café, pues, desde que lo tomo me ha acompañado a lo largo de casi todas las etapas de mi vida, o, como diría T. S. Eliot, “he medido mi vida en cucharitas de café”.
Siempre he equiparado el proceso de escritura con la resolución, o ejecución, de un crimen. Tiene algo de enigmático, de travesura y búsqueda, encontrar las pistas que nos lleven a aclarar el misterio que nos persigue y del que buscamos desentrañar a través de palabras. De allí que encuentre mucha afinidad con el agente Dale Cooper de Twin Peaks, quien, junto con una extraña capacidad de investigación, tiene una extraordinaria afición (por no decir adicción) por el café, por lo que nunca puede faltarle su “damn fine cup of coffee”.
Un personaje como Cole, así como todo el universo Twin Peaks, sólo podía salir de la mente de otro gran adepto del brebaje, me refiero a David Lynch. El director de Eraserhead, dentro de su rutina, consume alrededor de diez tazas grandes de café al día, lo cual, para los ojos bien lubricados con agua con chía es demasiado. Considero que a estas alturas es innecesario enumerar la obra del cineasta, pintor y músico, por otra parte, resulta más interesante establecer algunas pautas de su proceso creativo y su relación con el café.
Para Lynch, las ideas son como peces dorados, los cuales andan flotando y debemos estar siempre dispuestos para poder pescarlos. Esto es una simplificación de lo que plantea en su libro Atrapa el pez dorado, donde explica gran parte de su proceso y cuenta algunas anécdotas de su vida.
Ahora bien, en una entrevista para el medio Vice, donde amplía el tema de su relación con el café, expone que “cuando estaba en prepa leí un libro llamado The Art Spirit, de Robert Henri, en el que habla de un espíritu artístico que se transformó para mí en la vida artística. Para mí el café es parte de la vida artística. No sé muy bien cómo funciona, pero te hace sentir muy bien y favorece el proceso creativo”. Es tal su gusto por el café que fundó la David Lynch Signature Cup, su propia marca de café.
Más allá de que parezca snob esta necesidad de café al momento de crear, Lynch lo relaciona con el relajar a quien crea, pues “la depresión, la rabia, y la pena resultan bellas dentro de una historia, pero para el artista son veneno. Son como unas tenazas para la creatividad. Y si te aferran, apenas puedes levantarte de la cama, mucho menos experimentar el fluir de la creatividad”. A nuestro alrededor existe una belleza insospechada que radica en los lugares menos esperados. David Lynch nos regala un ejercicio: “contempla un primer plano de una corteza de árbol, un bicho, una taza de café o un trozo de tarta. Al acercarte descubres cosas maravillosas”. Al final se trata de estar abierto a la inspiración y receptivo a los peces que juguetones revolotean sobre nuestras cabezas.