JOSÉ MÉNDEZ
El muro no contuvo la huida humana, menos, la creativa. Los alemanes orientales treparon, hicieron túneles y volaron. Poco o nada se sabe de lo que escribieron, de lo que grabaron o pintaron en esa estructura despiadada. Los alemanes seguían saltando desde las ventanas a lo largo de la frontera, que más tarde, sería demolida. Los residentes, ávidos de libertad, utilizaban globos, construían submarinos; creaban compartimentos secretos en los coches, la creatividad, dista de lo estético, la vida no era un signo de arrogancia. Muchos de los que fracasaron en su intento pagaron el alto precio. Algunos estadistas, nada cautelosos, conocen la cifra.
Pero el sentido inverso de lo acaecido sugiere otra realidad, la que omite la historia, la que se guarda para extraños y curiosos. En la caída, el polvo dejó entrever las grietas de una cultura olvidada, temerosa, sin posibilidades de indulto. ¿Y qué en materia de arte?, se preguntarían a estas alturas algunos parnasianos futuristas. La grafía es ilegible, en el texto se inscribe, en altogermano, aunque la traducción, elaborada por el historiador del arte, Ezequiel Krüger, andaluz de padre alemán; que se acerca a las tres cuartas partes de su literalidad, no termina por completarse, lo anterior dicta lo siguiente:
El arte se construye de sí para sí, la idea es general, el ser humano es una extensión de la naturaleza, no la naturaleza misma, el ser humano, como demonio, crea, reconstruye miedos, sueños reprimidos, inquietudes, en su consagración, como deidad, comete errores al imitarla… (aquí la traducción se asemeja más a una interpretación, pues la palabra carece de nitidez por su condición manuscrita). Se continúa: …La creación debe ser nata, un sentimiento profundo, una entraña.
La lectura se corta por mutilación, le sucede una variación de la lengua, en específico, gótico, a continuación, se transcribe:
Mi abuelo era pintor, así lo dice la memoria de mi padre. Recuerda aquella vez en la que expuso en el “Gemäldegalerie”, de cuando le enseñó la técnica de acuarela, de cómo rebajara el óleo para hacerlo rendir y que corriera a la perfección sobre la tela. Me volteó a ver. Escucha. La técnica es Media Creta, con ella se imprima la tela. 35 gramos de Cola de Conejo (aquí el secreto, lo que pocos pintores saben, previamente hidratada con agua bidestilada) por litro de agua. 550 gramos de carbonato de zinc, no mezcles hasta incorporar el resto. 350 gramos de blanco de zinc, este blanco es puro y no conoce la sombra, ríe. Ya incorporados los elementos, vierte 700 mililitros de aceite de linaza refinado. Completas la mezcla, siempre a fuego indirecto en método de destilación. Aplica directo sobre el lienzo, una, dos, tres capas. Colocas el bastidor a contra luz y si no traspasa ningún corpúsculo, está listo. Así me enseñó mi padre, volvía a decir. El tenía 38 y yo 15 cuando su muerte. No murió de artista, baja la cabeza buscando el suelo, sin dejar derramar lágrimas. Nunca he visto llorar a mi padre, hasta ese día, creo que así lo fue. Defendió el frente en la Primera Guerra Mundial, otra vez alzó la voz. La técnica es renacentista.
Hasta aquí la reliquia se pierde, sólo prevalecen las siguientes iniciales como firma: A. H. En el tratado como discurso y repulsión, se encontró entre los muertos, que las veces la hacían de ingenieros Navales, otros automotrices y aerostáticos pretendiendo el sueño occidental; llevaban en sus bolsillos el enigma. Como un secreto a voces, los prisioneros de su propia nación recitaban la técnica. Los capturados en escena eran rápidamente aprendidos, en un taller alquímico los enfrentaban ante los elementos que se enlistan. El olor de los componentes se dispersaba en sus venas, no había forma alguna de evadir la práctica y el sentimiento, los atinados y desdichados a la vez eran pasados por las armas.
Del otro lado, las casas que fungían como galerías eran visitadas por los altos mandos, mismos que ordenaron la cacería. Sin embargo, en esta otra cara, eran perdonados aquellos, en cuyas obras predominaba la receta.