ENRIQUE GARRIDO
Imaginemos cómo vería un gato a la tierra desde el espacio. ¿Intentaría beber con su lengua el agua de los océanos? ¿Jugaría con los cometas como si fueran bolas de estambre? ¿Le maullaría unos cuentos a la luna?
Durante la década de los 60 la carrera espacial estaba en su punto más álgido entre EE. UU. y la extinta IRSS, aunque otros países también le entraron. Uno de ellos fue Francia que, al igual que otras potencias, también experimentaron mandando animales al espacio, cuyas historias son en muchas ocasiones sinónimo de tragedias, y sus vidas, el precio del avance científico. Así, como tenían muchos estudios y conocimientos respecto a los gatos, decidieron que era la mejor especie para explorar en la órbita.
De entre 13 gatos, Félicette, una gatita callejera, destacó por su “résistance” y tuvo el honor de ser enviada en una misión suborbital, en la cual permaneció durante 5 minutos en el espacio. Sucedió el 18 de octubre de 1963 y es la única de los felinos que sobrevivió a un vuelo espacial.
Desde hace tiempo no relacionaba a los michis con el espacio hasta que conocí en persona al gran José Luis Zárate. Un pionero de la ciencia ficción en México, escritor de grandes novelas como La ruta del hielo y la sal o Xanto una novelucha libre. En el marco de su taller de creación literaria “Viaje a otros mundos, tiempos, mentes”, portaba una playera de un maneki-neko, también conocido como gato de la suerte o gato de la fortuna en neón. Con una sonrisa afable como dibujada por Studio Ghibli, nos compartió los principios de la ciencia ficción, la historia del género en México; así como la talacha de escribir y reescribir (quien no esté dispuesto, que arroje la primera pluma), el papel de grandes escritoras como Mary Shelley y Agatha Christie (y el asesinato literario como forma de venganza a una burguesía moralista).
Para Zárate, escribir es como dar un paseo: uno nunca sabe lo que va a encontrar; ir por el espacio explorando las galaxias, adentrándose en los hoyos negros, maravillándose por los caleidoscopios; es ser el terrícola en marte; una pequeña gatita francesa en una nave. Se trata de adentrarnos en nosotros mismos, construirnos a medida que construimos universos, porque para el poblano, algo es importante: la escritura es un terreno de libertad, en la hoja en blanco somos libres, somos nosotros mismos.
Los consejos, las referencias, pero sobre todo la pasión que contagia Zárate quedan tatuados en la piel como ilustraciones que cobran vida a través de la palabra, son sueños de ovejas que se imaginan a personas hablando de literatura, es la Ventana 654 desde la que nos preguntamos: ¿cuánto falta para el futuro?
Al igual que Félicette, me alegro que Zárate haya detenido su viaje espacial y haya aterrizado sobre la Feria Internacional del libro del Estado de México (FILEM) en 2024. El buen humor, la humildad y la cantidad de cultura lo convierten en un ser que parece del espacio exterior, como si lo hubiera escrito Ray Bradbury. José Luis Zárate, con sus letras, bebe del agua de los océanos, sube a los cometas y le cuenta unos cuentos a la luna para que pueda dormir de noche.