Sara Andrade
Pero tengo la teoría de un buen villano no lo es tanto.
Hay una necesidad de escapismo en el arte que no me parece ni extraña ni deleznable. No culpo a nadie. Me asomó por la (metafórica) ventana de mi cuarto y veo la realidad del mundo en el que me tocó vivir. Todos estamos conectados en tiempo real, a todas las esquinas del mundo. Es cuestión de abrir TikTok para escuchar sobre una catástrofe natural o para enterarte de lo que sucede en el centro de un campo de batalla. Todo sucede al mismo tiempo, en todos lados. Es demasiado para cualquier persona.
Supongo que es por eso que a muchos les gusta tanto la novela romántica del momento o la serie de Netflix que no tiene mucha más profundidad. En un mundo donde la vida nos es presentada con tanta celeridad e impacto, las distracciones tienen que estar hechas de la misma manera. Si hay una guerra en Europa o si el calentamiento global está matando los mares, debe existir su contraparte, materializada en contenido vacío de significado, pero lleno de colores y formas. Es la manera que muchos tienen para sobrevivir.
Así que el arte del cine o de la literatura se vuelve creación de contenido, y si quieres ser el trabajador más rápido en la gran maquinaria del capitalismo debes echar mano de los clichés y estereotipos. Por lo que ahora tenemos una abundancia de héroes que son tan buenos que son incapaces de sentir como un humano normal y de villanos que son tan malos que dejan al Satanás bíblico como un papanatas.
Cuando intentas sobrevivir, supongo, no hay tiempo para los claroscuros y lo matices. Es como cuando vas por carretera, a 100 kilómetros por hora, y el gobierno tiene que hacer señales gigantescas, claras y simples, que puedas ver y entender con un segundo de verlas. Así que las mega-corporaciones de entretenimiento tienen que moldear un personaje que apenas sea uno, pero que puedas adivinar sus intenciones de manera veloz, como un tentempié para la gratificación instantánea.
Es Thanos, por ejemplo, con su cruzada inconcebible para destruir a la mitad del universo, quien no tiene razones reales, salvo la de molestar a los héroes. Es Kylo Ren, por ejemplo, reestableciendo un imperio fascista que la película pasada destruyo, pero como Disney necesita una nueva trilogía, bueno, allá vamos, a crear el Imperio Galáctico 2.0.
Es aquel usuario de Twitter, de TikTok, de YouTube, que me crispa los nervios de manera tan precisa que parece hecho en laboratorio, creado por el algoritmo para hacerme pasar dos horas más en el celular, escribiendo publicaciones sobre cuánto lo detesto y cuánto desearía que no existiera, mientras detrás de mí, un puñado de hombres anónimos se hacen ricos con la vergonzosa tarea de hacerme perder el tiempo.
Quizá ellos son los villanos a vencer, después de todo. Quizá no el de ficción, hecho de palabras y pixeles, sino el de carne y hueso y ambiciones sin escrúpulos.