
ADSO E. GUTIÉRREZ ESPINOZA
Mi padre conoció a la doctora I. por medio de su esposo, J. H., en ese entonces se dedicaba al diseño editorial. No sé en qué momento mi padre ingresó a la Escuela de Humanidades para profesionalizarse, antes de que las distintas licenciaturas se volvieran unidades académicas. Jamás entendí esa nomenclatura y el porqué no las llamaron a cada una facultades, tal vez una estrategia político-administrativa. Ahí, mi padre conoció a personas que, después, se volvieron académicos (e incluso docentes de la unidad), escritores (como el caso de la doctora B.) y uno que otro despistado que supo que las Humanidades no eran realmente lo suyo.
Entre la infancia y parte de la adolescencia, vi a mi padre entre papeles, borradores, libros con ideas que yo no sabía desentrañar, libros de filosofía (algunos más o menos aburridos que otros, unos sobre marxismo y anarquía [¡guácala, qué asco]), reunirse con personas que se asumían o se asumirían como escritores profesionales, e incluso académicos. Vi a mi padre entre libros, pero también vi a mi madre. Ella era más práctica, impaciente en ciertas ocasiones, pero siempre pendiente a defender a mujeres en situaciones de violencia. Mi madre no era tanto de leer, era de tomar las armas y atacar a los abusadores, de ayudar a mujeres (y sus hijos) para mejorar, aunque sea un poco su vida. A la fecha, mi madre lee poco y con lentitud, que no es crítica (más bien, ella aún mantiene su practicidad y su predilección por la cocina y la jardinería). Por eso, siempre los vi como caras de distintas monedas, aunque trabajando desde distintas artes. Así que, naturalicé el hecho de la lectura (y todo lo que conlleva) y mi desprecio a todo tipo de violencia.
Tengo pocos recuerdos, incluso me cuestiono si eran invenciones mías, de que iba tanto a la Escuela de Humanidades como a Psicología. Hay una imagen en la que estoy pidiendo que me copien billetes y luego yo los coloreaba con lo que tuviera al alcance. A la vez dibujaba, no sé qué, pero lo hacía sobre esos billetes falsos. Recuerdo que cierto profesor les explicaba sobre aspectos de la teoría freudiano y yo pregunté si se refería a una rana. Los demás se echaron a reír, no entendí qué pasó. Realmente el nombre freudiana me recordaba a una rana. Tal vez por el sonido.
“Básicamente, con estos recuerdos”, pensé cuando vi a A. en El laberinto, “confirmo que la academia y el mundo universitario siempre estuvieron al alcance”, aunque no sabía en su momento qué eran, además de que lo más práctico fueron las acciones de mi madre como activista. “Es que la academia hizo estragos”, le dije a A., “siento que metió estructuras que no siempre me ayudan en la escritura creativa”.
Recordé lo que A. M. le dijo J. T. en cierta reunión, hace unos años atrás. La primera le reprochaba, en broma, sobre que haya “abandonado la escritura creativa por las joyas de la política”. Una cosa no tiene porqué estar peleada con la otra, una cosa no tiene porqué desvirtuar a la otra. Sin embargo, tanto la escritura como la política, unidas en un mismo bando podría hacer buenas joyas, aunque J. T. era más un ensayista nato, con mucha competencia para presentar, no tanto por ego sino por su capacidad y formación, argumentos sólidos, con un estilo no tan académico y bien humorístico. En esa ocasión, en esa broma, recordé a mi padre, su escritura ensayística. Su competencia en las artes visuales. En la pintura, más que nada. También en mi madre, aunque no sé qué decir, no estoy seguro de haberla leído o visto su escritura.
“Sigo escribiendo, aunque mi padre es un buen ensayista”, le dije luego, “escribo en esta columna, un tanto para mejorar, ser tanto como mi padre”. Aunque bien sabía que las capacidades de mi madre eran más pragmáticas. “Tengo buena mano, incluso para las plantas” [Pensé en L. y N. cuando les dije que tengo buena mano para plantas, aunque ahora no estoy seguro de cómo darle vida a unas semillas Darle vida a unas semillas. Eso quiero. Unas semillas, ya ensayos, ya plantas. Como mamá y papá.