Cuando uno se va de casa deja un pedacito del corazón en el terruño. A veces toca guardar en el equipaje los recuerdos y la familia para alcanzar los sueños en otro espacio, para conocer otros aromas y paisajes. Detrás de nosotros vamos dejando migajitas que nos enseñen el camino de retorno y cuando volteamos la mirada nos calienta el pecho ver que detrás todavía hay una lámpara encendida en el hogar para cuando regresemos podamos ver el sendero. A veces esa luz es el sabor de un pan de naranja, una gordita de rajas o una canción que escuchamos cuando conocimos el mar, otras veces es una foto enviada como mensaje en una botella de mar, una carta que se perdió en el buzón o unos simples chilaquiles verdes.
Realmente importa poco cuál es el ancla que nos sostiene en medio de las aguas turbulentas, pero todo el tiempo nos retorna en el pensamiento a una sonrisa, la postal de las caminatas o los pasillos de una biblioteca. El hogar es aquel sitio donde dejamos una parte del corazón, pero éste no se va incompleto porque, a su vez, en el sitio del hueco se hilvana algo que nos complementa como un rompecabezas que se va fragmentando cada vez más en piezas más pequeñas.
A Alicia Enciso algo así le pasó: estar en un país donde ni siquiera la lengua es patria y de pronto escuchar la guitarra de un coetáneo le conmovió. Son pocas las probabilidades de que un zacatecano viajara hasta Alemania para tocar melodías del terruño, para plantar pie con su lengua materna y habitar en los pasillos repletos de otro idioma, pero de entre esas personas un corazón bailaba y cantaba con la misma emoción que se siente cuando se abraza a los abuelos. Otra zacatecana escuchaba entre el público, otra zacatecana estaba ahí tocando con las yemas el corazón que se completaba con cada una de las notas musicales.
Alicia abre los ojos y los oídos, me la imagino sentada con las pupilas dilatadas de recuerdo y placer, con los oídos acariciados por las malvas maternas. Alejandro Carrillo viajó hasta Alemania con guitarra en mano y su propio equipaje en la espalda. Alicia ve a Alejandro, Alejandro canta para Alicia. Desconozco si él sabía que ella estaba ahí, pero sé de primera mano que por lo menos dos corazones zacatecanos se unieron en la misma barca del tiempo y el espacio: ¿qué más temporal que una nota musical?
De esta experiencia nos escribe Alicia, un viaje musical en el corazón de Alemania. Queridas lectoras y lectores, cierren los ojos y acompáñense de una buena selección musical, en las páginas interiores hay algunas pistas. Luego pueden poner una playlist compartida con alguien que los espera con la luz de la puerta encendida, pongan en repetición aquella canción que los hizo llorar en el último concierto, la misma que los ancla al amor compartido por el mismo recuerdo. En repetición para recordar una sensación única: la de descubrir. La música es maravillosa.
No lo olviden, ¡juntos incendiamos la cultura!
Karen Salazar Mar
Directora de El Mechero