JOSÉ MÉNDEZ
A Mar, porque en los amores has descubierto otras penitencias
I
El amor es simplemente un juego de azar, un silencio incómodo, un sueño inalterable, un regalo recién comprado. Así lo dijo Juan Ramón mientras levantaba su vaso a mitad de mezcal. Recordó aquella noche cuando María Ester le arrojó por la ventana la poca muda que le quedaba. Recordó a su hija en el umbral de la puerta balbuceando su nombre con granos de sal surcando sus mejillas. Aquí la vida es otra, volvía a decir, a la par que sus amigos sonaban una de Javier Solís. Recordó el cinturón de su padre marcado en la espalda cuando le confesó gustarle alguien del mismo sexo. Eres un marica, le gritaba desde la ventana cuando juró no volver. El amor es un tratado arrogante, un trabajo de fe, un espejo donde narciso no vuelve a encontrarse. Y levantaba nuevamente su vaso a medio morir. Recordó aquella canción que mamá Tacha le dedicó a su abuelo cuando la muerte de Pedro Infante, de cuando escuchó el rumor del entierro de su madre quien en vida se ausentó. El amor es una casualidad, un movimiento iracundo, un grito que pocos vuelven a tolerar. Y se perdía en el horizonte como buscando en la sombra un rostro que lo pudiera reconocer.
II
María no ha dicho gran cosa, sus ojos externan lo que el silencio aguarda. José es el mismo, no cambia a pesar de lo extraño que es el tiempo. Las palabras están de más, el corazón, al igual que los sueños están de más. Saben que el acuerdo es por ella, por él, por la otra Ella que han criado, esta Ella es la importante, la que vale la pena, por la que se ha llorado, por la que se está y se seguirá llorando. María le pregunta a José si está bien, él asiente, aunque no sabe si lo está. Para él, ella lo está. José ignora mucho, quizás lo mismo que ella. Ya no es tiempo, ya no hay tiempo de otro tiempo, el sentimiento, los años, los nervios están desechos. Hay un acuerdo, ellos creen poder Ser solos, sin el otro, sin quien los ha cobijado por casi diez años. Después la vida dio golpes bajos, se dieron cuenta que no había más que el otro para seguir, para ser ellos, para ser lo que están buscando, para afianzarse al miedo de ser otra vez lo que no se quiere y lo que no volverá a ser.
III
Eres igualito a ese cabrón. Volvió a escuchar la voz chillona de su madre. Nunca supo tratar con Susana porque comparaba sus acciones con el abandono de su padre. Irritado, soltaba la cena y se encerraba en su cuarto. Su amor fue prematuro, los besos robados, los juegos infantiles a diario convirtieron a Genaro en un ser desdichado. Susana rompió la primera línea, borró el único recuerdo que él guarda de ese hombre, porque no era “Felipe”, tampoco “Tu Padre” ni “el que te dio la vida”, era “ese hombre”. Genaro concebía al amor como un cortacorriente, una tormenta inusual, un jalón de orejas. Conoció a Fátima en el tercero de secundaria, no compartían clase, no la misma calle no el círculo de amigos. En ella encontró lo que no en su madre, su primer amor ahora era su “toda la vida”. Genaro sucumbe ante la delicadeza, aún así es tosco, no cree en el amor, no sabe qué es el amor, lo que él conoce como amor se traduce en reprochar ausencias. Toma la mano, abraza cuando hay llanto, compra entradas para el cine y el dinero en su bolsillo es un sostener la casa, eso es amor, dicen algunos menesterosos. En la monogamia, los padres de Fátima reconocen a un buen hombre. Mas el amor es su gran ausencia, esa que tanto le reprochaba su madre. Genaro tiene en sus manos su última muda, la única muda en el corazón. Atraviesa la puerta, atrás, Fátima en la cama, no ha despertado, enfrente, un porvenir, quizás un error, quizás lo que en ningún sitio habrá de encontrar.