Por Ezequiel Carlos Campos
Uso el pasado para describir el presente…
Mo Yan
Al comprar un libro también estamos adquiriendo un boleto de avión a un país desconocido; al leer ese ejemplar recorremos las calles de nuevas ciudades, navegamos por los ríos que circundan la constelación arquitectónica de esos lugares recién visitados a través de la palabra. La poesía es una guía, como esas que se contratan en los viajes turísticos, que descubre a su lector las puertas de los lugares desconocidos, incluso de aquellas celestiales de las cuales nos hablan las distintas religiones del mundo. Puertas que, de una u otra manera, nos dejan entrar a los viajantes, o lectores, a la historia de un pueblo, y estar, en un volteo de página, peregrinando en el país más grande del mundo.
Este gran viaje inicia en la Plaza de Tiananmen, centro histórico y cultural de China, espacio famoso por las diversas manifestaciones de estudiantes en 1989 y lugar de una tristísima masacre; según el mapa turístico que ofrece Ivo Maldonado (Chile, 1978) en este libro, transitamos también por una de las maravillas de nuestro mundo, la Gran Muralla China, para después hacer una parada a distintas postales que nos encontramos reflejadas por la palabra: lugares en guerra, antílopes tibetanos, una ciudad subterránea u otra prohibida, callejón de hadas, gente practicando Tai Chi o póker chino, escuchando rugidos de dragones; de la misma manera, estas postales que podremos llevar a casa reflejan la vida en los tiempos de las dinastías Yang o Ming, nos acercan al budismo, confucionismo o taoísmo, y al Buda de oro, al siglo XIX para conocer el asedio de la legión extranjera. Estas postales no son caras, las pueden comprar para regalarlas a la familia o a los conocidos y presumir, junto con sus ropas tradicionales adquiridas, su desplazamiento a este país. Estas postales, además, son poemas cortos, pero con un aliento inmenso del recuerdo, del anhelo de un lugar ajeno, de la sorpresa al encontrarse pisando sus suelos; encontramos aquí que la poesía también puede sorprenderse ante un país como China, que tanto ha dado al mundo y, no se diga, a la literatura. Estas postales, repito, son infinitas, así que no habrá problema de escoger cuál llevarse.
Continuamos con nuestro recorrido: visitamos los bellísimos y cariñosos osos pandas en un zoológico en Pekín y por nuestro caminar nos encontramos, cara a cara, con Confucio, Li Po y Du Fu haciendo Feng-Shui. Después realizamos una parada por la Academia Han Li que, según nuestro guía, es 700 años más antigua que la Biblioteca de Alejandría. Este recorrido es extremo, es, como diría Maldonado, un miedo de sentirse pequeño entre la dispersa multitud del país más poblado del mundo. Sin embargo, como toda experiencia de este tipo, descubrimos que la poesía también es una herramienta de trascendencia, porque Maldonado, al haber viajado a este país asiático, necesitó de la palabra para inmortalizar sus fotografías en el papel (lugar donde se inventó), porque los instantes retratados por la cámara no duran tanto como la escritura. Sin embargo, estas postales poéticas quedan guardadas en la memoria de quien las lee.
Y todo esto, al parecer, termina por donde empezó, en la Plaza Tiananmen, pudiendo ser en el mismo tiempo en que el lector lee este libo o hace cinco mil años, porque el viaje que hace la poesía es un ir y venir por los tiempos, quizá porque vivimos en un aleph borgiano. Porque este viaje por Pekín (o Beijing, como lo prefiera el lector) no tiene caducidad.
Podría contarles cómo me fue en este viaje todo pagado por China de la mano de la poesía y de Maldonado, pero preferiría que realizaran ustedes su propio viaje por estas páginas, compren sus postales, tomen sus fotografías y se las presuman a todo el mundo.