
SARA ANDRADE
La historia dice que el fandom, en su acepción moderna, se creó cuando un puñado de amas de casa americanas vieron a William Shatner perder la camisa a jirones en un capítulo de Star Trek y que, análogamente, ellas perdieron la cabeza. No las culpo. Hay algo en su rostro masculino, en sus ojos amables, en la redondez de su pecho expuesto luego de pelear contra un alien que habla en perfecto acento transatlántico que puede sulfurar los corazones más apáticos.
Aunque no solamente fue culpa de Shatner y sus pectorales siempre al aire. Lo que realmente alteró la mente de la ama de casa sesentera fue la relación de Jim T. Kirk y su comandante vulcano, Spock, que aparecieron en pantalla para el episodio titulado “Amok Time”, en el que Spock y Kirk tiene que luchar a muerte durante la ceremonia de apareamiento que todos los vulcanos tienen que llevar a cabo.
La receta para el éxito estaba escrita: los protagonistas de una de las franquicias más famosas del mundo, la sexualidad inherente, oculta detrás de las metáforas del pon farr, el frío y análitico Spock convertido en una bestia de apareamiento y, por supuesto, el busto de Kirk exhibido sin temor.
No sé qué pudo haber sentido una mujer en 1967, sentada frente a su televisión mientras veía que Spock y Kirk luchaban en el ritual sexual de los vulcanos, pero puedo decirles lo que sentí yo cuando vi ese capítulo por primera vez, acostada en mi cama con mi laptop en las piernas: la más profunda elación, la sensación inequívoca de que todos mis deseos como ser humano se habían condensado en ese momento perfecto en el que Spock ve por primera vez a Kirk, luego de creer que lo había matado, y lo llama Jim por primera vez, sin el honorífico de su título, el apellido completamente olvidado. Jim, porque los nombres son íntimos, porque Jim Kirk estaba dispuesto a morir por Spock y porque Spock pudo olvidar la imperante de su biología al ver que le había arrebatado la vida a su capitán.
El amor es verdadero, me dije, buscando en Internet una peluca negra corta y mandándole un mensaje a mi costurera de confianza, para pedirle que me hiciera un vestido azul de la Flota Estelar. He visto la cara del amor y tiene la cara de Leonard Nimoy, me dije, abriendo mis dedos para formar el saludo vulcano, como si fuera una alianza arcana y real sobre mi nuevas afiliaciones. Tengo que morir en la guerra por Star Trek, es la única manera en la que el mundo lo sabrá. Tengo que escribir un millón de palabras para demostrarlo, digo yo y dicen las docenas de mujeres que vieron Star Trek con el tercer ojo abierto, el espíritu insuflado por un ardor creador de realidad.
Porque así es el amor ¿no? Una lucha, un espectáculo, una disolución de la identidad, para converger dentro de una más grande y atemporal, un nacimiento: el del fandom, ese cerebro conformado de todos los cuerpos de esas chicas enamoradas de un personaje de ficción.
Y esa es mi teoría, de hecho, que no hay amor más verdadero que el de una fangirl.
Cosas de chicas
¿Qué es un fandom? ¿Qué es una fangirl?
Según el diccionario de Cambridge, un fandom son “los seguidores de una persona, equipo, serie de ficción, etc., concretos, considerados colectivamente como una comunidad o subcultura”, por lo que una fangirl sería el individuo de esta comunidad, en particular una mujer joven.
En este texto insistiré bastante en la figura de la fangirl por dos cosas: porque yo soy una de ellas y siempre lo he sido y porque, si ponemos a Star Trek como el punto de partida de las convenciones culturales que conocemos alrededor del fandom, entonces tengo que hablar de esas amas de casa que en 1967 se las ingeniaron para crear el primer fanzine, con fanart y fanfic, o sea, arte y textos escritos sobre esta serie y sus personajes.
Se podrán dar cuenta de que el prefijo aquí es importante, ya que es una marca distintiva, que separa en su propia realidad. Un fanart no es solamente una ilustración, sino una ilustración hecha por un fan, a partir de su frenesí fanático. Piensen en su compañero de clases que siempre dibujaba a Goku, como en una especie de sopor religioso. Una fangirl no es sólo una chica, sino que es una chica que, frente al grupo de sus sueños, se desgañita la garganta. Piensen en la marea de chicas que perseguían a Los Beatles por todo Reino Unido.
Y sí, claro, los hombres tienen cabida en estos espacios, que son tan suyos como los de cualquiera, pero hay una especie de cultura muy específica, cuya vanguardia ha sido siempre compuesta por mujeres y chicas: la cultura del fanfiction.
Como su nombre lo indica, el fanfiction es la ficción creada por fans. Son poemas y cuentos y novelas hechas a partir de un producto cultural, con sus propias reglas, sus propios tropos y mitología y sus propios dramas. El fanfiction (o fanfic) se ha considerado como la consumación total del amor de fan. Aquel que tiene tiempo para escribir sobre cómo es que Spock y Kirk decidieron abandonar la exploración del espacio profundo para casarse y sembrar maíz en Idaho ya no tiene vuelta atrás.
No por nada esta actividad ha sido considerada el hobbie de las solteronas, de los moradores de los sótanos, de niñas de 13 años que escriben historias de amor entre Naruto y Sasuke a la hora del recreo, o sea, lo peor que tiene qué ofrecer la humanidad. Nunca asociamos al fanfic con la tarea sesuda y muy seria de un escritor o un poeta, sentado entre libros, escogiendo con cuidado el adjetivo, conscientes de su papel en la gran historia de la Literatura. Cuando pensamos en fanfic y quién lo escribe o quién lo lee, pensamos en un puñado de chicas gritando de emoción al leer que Harry Styles se ha besado con Y/N (uan abreviación de “your name” o tu nombre, que es usado para que te pongas en el papel de la amada por tu cantante favorito).
El fanfiction no es serio. No ha nacido para ser serio, para ser considerado el cúlmine de la poesía. El fanfic es un producto de este frenesí. Aparece como un subproducto de la violencia de los corazones de esas chicas que aman demasiado al Onceler o a Tony Stark o a Lee Know de Stray Kids. Es el resultado último y más especial de la creación fan y es, también, la generadora de tropos y tendencias, el ground zero de la cultura del fandom, donde se despega de su origen y comienza a conformarse como su propia cosa.
No es por nada que el slash haya sido creado precisamente en los confines del fanfiction. ¿Qué es el slash? Son las historias que representan relaciones románticas o sexuales entre personajes del mismo sexo, normalmente personajes masculinos, en el que el símbolo slash (/) representa la pareja entre los dos personajes involucrados.
El origen del slash es, precisamente, Star Trek. El primer fanfiction gay es el de Kirk y Spock, mejor conocido como “K/S” o “Spirk”, creando también la moda de formar acrónimos dependiendo de la pareja de la que se habla (como Drarry, Reylo, Klance o Larry; 10 puntos a Gryffindor si sabes qué parejas son). El consenso parece ser que la fanfiction slash tal como la conocemos surgió por primera vez con la historia de Diane Marchant de 1974 sobre Kirk/Spock, titulado “A Fragment Out of Time”, que apareció en el fanzine de Star Trek para adultos Grup #3.
Marchant ha salido en entrevistas a decir que, aunque el suyo es el primer fanfic publicado, no es el primero escrito y que ella se inspiró y partió de toda una cultura secreta y privada de mujeres escritoras que se compartían estas historias en convenciones o en un reuniones de fans. Sin embargo, tenemos un nombre y ese nombre es de mujer.
Pero ¿por qué? ¿Será porque estas comunidades surgieron como espacios donde las mujeres podían explorar y reimaginar libremente historias de formas que desafiaban la publicación tradicional dominada por los hombres? Me decanto por esta idea. En particular, porque el slash fiction permitió explorar los roles de género y las relaciones fuera de las limitaciones convencionales.
Asimismo, históricamente, la edición tradicional ha sido menos accesible para las escritoras, especialmente en géneros como la ciencia ficción y la fantasía, y el fanfic proporcionó una salida creativa alternativa sin el control de las editoriales tradicionales. La naturaleza democrática y comunitaria de estos textos permitió a las mujeres compartir su trabajo directamente con sus lectoras, que eventualmente se convirtieron en escritoras también, en una especie de sistema circular, en el que todas las partes de la comunidad son creadoras y consumidoras al mismo tiempo.
No causa sorpresa, por tanto, que el archivo de fanfic más famoso del internet sea Archive of Our Own, creado por escritoras de fanfic, para buscar un espacio más allá de la censura, libre de paga y reglas absurdas.
Por supuesto, tiene qué ver que el fanfic tiende a centrarse en gran medida en las relaciones entre los personajes, el desarrollo emocional y la dinámica interpersonal, temas que tradicionalmente se han codificado como femeninos en la cultura occidental. También, ha proporcionado un espacio para que las mujeres exploren y subviertan las narrativas tradicionales que a menudo estaban dominadas por los hombres y ha permitido a las mujeres reimaginar estas historias desde diferentes puntos de vista y desarrollar personajes y relaciones que han sido ignorados por la cultura fan en general.
Por supuesto, no voy a negar que a las chicas nos gusta todo lo que tiene qué ver con el plot y averiguar cómo es que las naves en Star Trek mueven al espacio en lugar de moverse ellas, pero no hay nada más apasionante que la perspectiva de que Kirk pierda la camisa de nuevo y que Spock, atrapado por los impulsos de su biología, haga lo que todas hemos deseado desde que lo vimos en el primer capítulo.
X: @babkeboy
Movidas por el frenesí
Mi historia personal con el fanfic es tan antigua como mi amor por la literatura y la escritura.
Tenía 11 años, tal vez, cuando mi madre me imprimió unas historias que ella encontró en Internet, con toda la intención de dejar de estar triste por esperar La Orden del Fénix, el quinto libro de la saga de Harry Potter, y “mejor escribir mi propia historia”.
Me acuerdo de mi misma, sentada en la gran computadora familiar, frente a la temible página en blanco del procesador de textos, escribiendo cómo es que Harry planeaba largarse de la casa de los Dursley por fin. Pasé el resto de mi vida en este perenne intento: sentarme a escribir una historia, dejarla a la mitad y olvidarla, sin siquiera imaginarme publicarla en cualquier plataforma. Leía y leo mucho fanfic, pero nunca me atreví a estar del otro lado, del lado creador de esta economía.
No escribí fanfic en serio sino hasta que publiqué en AO3 (las siglas de Archive of Our Own; pónganse atentos, que en el fandom todo es siglas y acrónimos; la verdadera economía de recursos) un pequeño cuento sobre Obi-Wan Kenobi (la serie de 2022), impelida por nada salvo una pasión salvaje que nació cuando terminé de ver esa serie tan poco espectacular para los críticos y tan transformadora para mi vida.
Cuando me di cuenta de lo que me había pasado, estaba yo con un millón de palabras escritas sobre Star Wars, un fanzine impreso en China y editado por mí, un montón de amigas por todo el globo y una mujer más valiente y confiada en su escritura. ¡Todo por escribir fanfic! No sólo eso, algunas personas comenzaron a pagarme, dinero de verdad, por la satisfacción de leer mis historias. ¿No es esa una locura? Escribes sobre un monje del espacio perdiendo la virginidad, porque te parece lo más obvio del mundo, y de repente ya puedes pagar tus deudas.
En la era digital, el fanfic ha surgido como un fenómeno literario único que opera bajo lo que me gustaría llamar como una “economía del frenesí”, un sistema en el que la inversión y la respuesta emocional sustituyen a la compensación monetaria tradicional. Esta economía alternativa ha fomentado un entorno de escritura marcadamente diferente del de la edición convencional, que privilegia la autenticidad emocional sobre el refinamiento literario del canon. O en palabras menos: que las fangirls buscamos una chaqueta fácil y un apachurrón al corazón, más allá de la belleza de las palabras.
Para comprender este fenómeno es fundamental reconocer cómo la ausencia de presiones del mercado da forma al proceso creativo. La edición tradicional opera dentro de estrictas limitaciones comerciales: los escritores deben considerar los datos demográficos objetivo, las categorías de marketing, la viabilidad comercial y esas cosas espantosas. Estas consideraciones a menudo requieren que los autores moderen sus impulsos más experimentales o cargados de emoción en favor de un atractivo más amplio para el mercado. El resultado es un producto altamente curado y pulido que, a veces, sacrifica la autenticidad emocional en bruto en pos del éxito comercial.
El fanfiction, por el contrario, existe en un espacio en gran medida libre de estas limitaciones. Los escritores de este medio operan bajo lo que podría llamarse un paradigma de escritura sin filtros (en todo caso, una escritura con base en tags), en el que el texto fluye directamente de la respuesta emocional sin los múltiples ciclos de revisión típicos de la edición tradicional. Esto crea una paradoja sumamente emocionante: aunque el fanfic puede carecer del pulido convencional, a menudo logra un nivel de resonancia emocional con los lectores que las obras más refinadas luchan por igualar.
También tiene mucho que ver que ya conoces a Kirk y a Spock, a diferencia de lo que sucede en la ficción original. Ya conocemos el mundo al que llegamos, ya sabemos la personalidad de cada uno, ya conocemos sus rostros y sus voces. Es como jugar a las muñecas. Y en el reensayo esquizofrénico de esta acción infantil, todo es válido y un segundo es infinito.
La naturaleza recíproca de esta “economía frenética” afecta fundamentalmente al estilo y la estructura de la escritura. Hay belleza también en el descontrol. Las escritoras se decantan por los extensos monólogos internos, los saltos narrativos en pro de la destilación de la emoción y descripciones obscenamente explícitas, detalladamente perversas y extrañamente románticas sobre el acto sexual de los personajes. El Marqués de Sade nunca podría competir contra una escritora de fanfic promedio. Y estas elecciones son totalmente indulgentes o invendibles en la edición tradicional, pero son celebradas dentro de las comunidades de fanfiction precisamente porque satisfacen las necesidades emocionales tanto de los escritores como de los lectores.
Una de las cosas que más me gusta del fanfic es que los escritores pueden publicar obras en curso, lo que permite la participación de los lectores en tiempo real y una respuesta emocional inmediata. Pueden explorar estructuras narrativas poco convencionales sin preocuparse por los arcos narrativos tradicionales o los requisitos de resolución. La longitud de las obras puede variar drásticamente, desde microficciones hasta sagas épicas (como ese fanfic de Terminator que, hasta la fecha, tiene 9 millones de palabras) basadas únicamente en la necesidad apasionada de crear más de lo que te gusta y no en el recuento de palabras estándar del mercado.
Esta flexibilidad permite un nivel de experimentación y autenticidad emocional que la edición tradicional rara vez admite y por eso no es raro leer a personas decir, medio en broma, medio en serio, que el mejor ejemplo de la literatura lo han encontrado en el fandom de Steven Universe.
Quizás lo más significativo es que esta “economía del frenesí” crea un bucle de retroalimentación único entre escritores y lectores. A diferencia de la relación unidireccional entre autor y público de la edición tradicional, se fomenta un intercambio inmediato y dinámico de entusiasmo de fan (¿fanentusiasmo?): Los lectores proporcionan una retroalimentación instantánea, en forma respuestas igualmente apasionadas, que a su vez alimenta la producción creativa de los escritores. Este patrón cíclico de inversión emocional y respuesta crea un ecosistema autosostenible que opera completamente fuera de los mecanismos tradicionales del mercado. Lo único que le faltaba a Marx para crear El Capital perfecto era preguntarle a una fangirl qué esperaría recibir de ver publicado su fanfic sobre los pilotos de la Fórmula 1. Y la respuesta es nada. Si mi camarada fangirl me deja un kudo y un comentario, no es necesario nada más. Escribo por mí y por ellas. Escribo sin necesidad del capital, fuera de él. Escribo porque amo.
Es el arte por el arte, es el amor por el amor mismo.
No he visto en otra parte esta pulsión humana tan bellamente ilustrada como en los espacios de fan, donde la creación desesperada y la repetición frenética de la misma escena, del mismo beso, del mismo tropo (sólo había una cama, obligados a fingir que son una pareja, omegaverse, almas gemelas, mil vidas y en todas te elijo a ti) es el combustible espiritual de estas comunidades, es el motor de vida de muchas personas que, como yo, se despiertan todos los días en busca de ese chispazo dopamínico y de esa creación literaria fuera de todo sistema, para eludir la violencia de nuestra realidad, tal vez, para perder el tiempo entre trabajos, para sentir que te enamoras, una y otra vez, sin fin, de Kirk, de Sirius Black, de Bruce Wayne, de ti misma, enamorándote de tu personaje favorito.
Mientras tanto, yo me quedo frente a la pantalla, imaginándome cómo es que mi personaje favorito puede enamorarse de nuevo y cómo yo puedo encontrar las palabras correctas para decirlo, solamente segura de una cosa: del desenfreno de mi corazón.