Adso E. Gutiérrez Espinoza
Recuerdo el jardín de mi madre. Un árbol pequeño, dos rosales y un huele de noche. Un jardín pequeño y siempre verde. En verdad, olía riquísimo y el zacate, que cubría los espacios de tierra e insistía en invadir el cemento, cobijaba los cuerpos de nuestras mascotas fallecidas. Conejos, hámster, gatos y un par de perros. El jardín que mi madre entre risas definía como nuestro cementerio de mascotas. Al menos no como el de Stephen King.
Ahora, una imagen se viene a mi mente: estoy sentado debajo del árbol, mientras leía o pretendía leer. Yo hice las cosas típicas siempre tarde. Aprendí a caminar a los dos años y a leer y a escribir a los siete u ocho años. Siempre tarde. ¿Un retraso cognitivo? Jamás lo sabré, más bien quiero saber que estos problemas de aprendizaje eran los signos de una enfermedad crónico-degenerativa, que disfruta de afectar mi memoria y darme imágenes que no estoy seguro si existieron. Por eso, cuestiono mis recuerdos. Culpo a mi condición médica. No obstante, hace años dejé atrás la guerra contra esta degeneración y aprendí a vivir con ella. Además, estas imágenes infundadas han producido muchos de mis textos literarios. Ironías.
Esta imagen se ha repetido en diferentes momentos de mi vida. Sin duda, la he replicado y la experiencia ha sido maravillosa. Sentarse debajo de un árbol para sentir la sombra, el viento y el movimiento de otros objetos. Sentir la respiración de los árboles. Escuchar el trino de las aves y, en pocas ocasiones, a las ardillas entre las ramas. Escuchar y sentir: así puedo resumir esta imagen.
Hay o hubo una escultura-imagen sobre una de las fachadas del ex templo de San Agustín. Un lector bajo la sombra de un árbol. No recuerdo las impresiones que esta representación tuvo sobre mí cuando niño. De hecho, no estoy seguro si en esta etapa le presté la atención debida. Al redescubrir esta escultura, sin duda, comencé a cuestionarme sobre el origen de este recuerdo. Por desgracia, no hubo una respuesta. En parte se debe a la distancia, más de veinte años, y a la poca atención que le proporcioné. En cierto modo, son aspectos tan personales que expresarlos implicaba, bueno, una pérdida de tiempo.
La imagen lo es todo. Seré más preciso: la imagen tiene ciertos valores, importantes para el sujeto. Puede representar momentos relevantes. En este caso, un encuentro con la literatura y bajo un árbol. Imagen edénica. Puede ser el recuerdo de una etapa de la vida. La infancia y la simplicidad con que se mira al mundo. Puede representar tantas cosas, que finalmente su peso vale oro y no importa tanto si ocurrió o no. En el caso de que sea una jugarreta de mi enfermedad. O más bien un regalo que le di el peso suficiente que me permitió prosperar en un aspecto importante, las artes. Entonces, prefiero creer no tanto en la veracidad de este hecho, sino en lo verosímil. Es decir, es probable que no haya ocurrido, pero su valor y sus implicaciones son suficientes. Por tanto, al menos en este caso, la imagen lo es todo.
Con estos párrafos, cuestiono el papel de mi memoria, que se ha vuelto imprecisa por el impacto de una enfermedad. Cuestiono el origen de esta imagen, como otras más, porque no siempre tendrá una relación directa con un hecho. Claro, si es que el hecho en sí existió. También, reflexiono que, lejos de ser una imprecisión, esta imagen tiene un impacto. Valores y relaciones que se han internalizado. La imagen por sí misma cobró importancia con esto. ¿A qué se debe?
La respuesta que me parece más creíble consiste en dos partes. Una de ellas es la crítica, que precisé anteriormente. La otra es la mirada. La imagen ya no la veo como la extensión de un recuerdo sobre un hecho, el cual desconozco si existió en verdad. Lo cierto es que hice réplicas y las experiencias fueron distintas a la imaginada. La diferencia radica en el contexto y las sensaciones, que, otra vez, intento reconstruir. Con el tiempo, mezclado con las experiencias y mis propios intereses, así como las relaciones que construí entre estos grupos, la imagen fue configurándose en algo más. Un conjunto de valores agradables, que me representaba como persona. Por tanto, el recuerdo y el hecho quedaron en un nivel de menor importancia.
Cuando me refiero que la imagen se volvió un conjunto de valores agradables quiero decir que la imagen por sí misma se mantiene estable. Más bien, el cómo miro esta imagen se transformó. Mi mirada fue quien dotó con valores agradables a esa imagen. Entonces, es una construcción.
La imagen lo es todo, ¿no? O todos estos años de formación han sido un desperdicio. Más bien, prefiero creer que miro distinto a esa imagen y ha impactado de manera positiva en mi existencia.