II
ENRIQUE GARRIDO
Muchas veces consideramos que el culmen de la violencia es el golpe directo, pero ¿nos hemos puesto a pensar en la violencia con la que nos atacan los estereotipos de belleza tan inalcanzables como dañinos a la autoestima? O que tal la publicidad promoviendo un estilo de vida tan pretencioso basado en el materialismo y el valor de las posesiones como equivalente al valor de las personas. En El club de la pelea, Tyler Durden lo plantea así: “Hay un tipo de mujeres y de hombres jóvenes y fuertes que quieren dar su vida por una causa. La publicidad hace que compren ropas y coches que no necesitan. Generaciones y generaciones de han desempeñado trabajos que odiaban para poder comprar cosas que en realidad no necesitan”.
El culto al dinero, esa religión fundada bajo el principio de que el capital lo puede todo tiene su contraparte: si crees en su omnipotencia, estás dispuesto a cualquier cosa por obtenerlo, de allí que se venden manuales para triunfar en los negocios, fórmulas mágicas que describen métodos que jamás funcionan. La trampa no está en los métodos, sino en que logren hacerte creer que es posible alcanzar este estatus monetario: “Somos los hijos medianos de la historia, educados por la televisión para creer que un día seremos millonarios y estrellas de cine y estrellas de rock, pero no es así. Y acabamos de darnos cuenta— dice Tyler—. Así que no intente jodernos”. La frustración, que deriva en depresión e impotencia, se volvió un mal que aqueja a nuestra generación y a las siguientes. Antes era la televisión la que nos vendía una vida de lujos, ahora son las redes sociales donde los influencers exponen una ficción llena de excesos, que no sólo se refiere a sustancias, sino a actividades donde la constante es el despilfarro de recursos.
De la misma forma, las redes han perpetrado, incluso masificado, el culto a la imagen corporal. Las cuentas donde las personas exponen sus estilizados cuerpos han adquirido una popularidad descomunal, convirtiéndose en fuente de ingresos de varios jóvenes, y no tanto. Hoy en día, los gimnasios son centros de socialización, de hecho, y no creo ser el único. En mis redes sociales veo diario al menos tres o cuatro publicaciones con frases optimistas y ropas ajustadas: “El club de la pelea se convierte en la única razón por la cual vas al gimnasio, llevas el pelo corto y las uñas bien recortadas. El gimnasio al que vas está lleno de tipos que intentan parecer hombres, como si ser un hombre significara rendirse a los deseos de un escultor o un director artístico.”
Pese a que se escribió esto a finales del siglo XX, su crítica social sigue vigente. Las inseguridades permanecen y se adaptan a los nuevos dispositivos de comunicación. Ahora bien, la novela y la película han sufrido censura por su contenido y estructura; de acuerdo con las buenas conciencias, los lectores podrían inspirarse en la historia y estos discursos para empezar su propio “Proyecto Mayhem”. A esto, Chuck Palahniuk responde: “Una vez un amigo mío me dijo que le preocupaba que las historias [al interior de la novela] pudieran provocar que salieran imitadores, pero yo le insistí en que no éramos más que don nadies de clase obrera que vivíamos en Oregón y habíamos ido a escuela pública. No se nos podía ocurrir nada que no estuvieran haciendo un millón de personas”. Así que celebremos esta gran novela hablando de ella (aunque rompamos la primera y la segunda regla: “No se habla del club de la pelea”) y cuestionando la realidad respecto a nuestras aspiraciones. Por otro lado, si no la conoces, quítate los zapatos y la camisa, pues, como lo dice la séptima regla: “Si ésta es tu primera noche en el club de la pelea, tienes que pelear”.