Gibrán Alvarado
Es conocida la anécdota que dio origen a Frankenstein (1818), de Mary Shelley. Una velada en el verano de 1816, en la que Percy Bysshe Shelley, John Polidori y Lord Byron, para animar la noche, decidieron que cada uno tendría que escribir una historia de terror. De este ejercicio entre amigos se engendró uno de los personajes más destacados del periodo gótico, sin dejar de lado su relación con el mito de Prometeo, quien roba el fuego a los dioses para entregarlo a la humanidad.
En la obra literaria se destaca la relación que tenemos con la vida, ese afán de siempre ir más allá, tratar de conocer los secretos que nos son vedados; a su vez, también se evidencia su contraparte, la muerte, ese sitio desconocido e imposible de explicar para quien aún tiene aliento. El Dr. Henry Frankenstein representa esa necesidad de conocimiento, es un necio como el Fausto, desea poseer todo, tener entre sus manos la capacidad para dar vida a lo que está muerto, busca ir más allá de lo permitido, pese a que su maestro, el Dr. Waldman le pide mesura en sus experimentos.
De la película debe destacarse la figura del actor británico Boris Karloff, quien se convirtió en uno de los símbolos, no sólo de los filmes de Universal, sino de la cultura popular. Su monstruosa caracterización dio vida a un personaje que no se vale de los diálogos, es movimiento y gestos. Esto lo llevó a ser un referente que sigue apareciendo en prendas de vestir, series animadas y más; el monstruo al que dio vida es la representación de lo imposible, de los actos de una mente cegada por las ansias de poder, el monstruo no sólo fue el cerebro del criminal fue el todo de las partes muertas, mutiladas del otro.
Frankenstein (1931), dirigida por James Whale, no fue la primera película en la que apareció el personaje de Shelley, antes se presentó un cortometraje de 13 minutos, adaptación norteamericana silente realizada en 1910, fue la producción del universo de monstruos la que destacó, los fotogramas mostraron el alma del libro, un personaje que es el todo en sus partes, que fue el sueño y la pesadilla de su creador, ese que no tomó en cuenta los límites de lo humano, que tuvo que asumir las consecuencias de sus actos y que en el camino comprendió sus errores y de esta forma pudo conservar el amor de Elizabeth.