GIBRÁN ALVARADO
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Los medios de comunicación masiva tienen la gran capacidad para construir imaginarios y, a finales de la Segunda Guerra Mundial e inicios de la década del 50, con el paulatino auge e importancia que tuvo la televisión, sin dejar de lado a la radio y el cine, las películas fueron el epicentro de la representación de realidades. Los choques provocados entre las tradiciones y la vida moderna o la transición de lo rural a lo urbano fueron temática de escritores, pintores, directores, etcétera.
De esta forma, los filmes de Ismael Rodríguez, específicamente la trilogía de Nosotros los pobres (1948), abordada en la anterior columna, Ustedes los ricos (1948) y Pepe “el Toro” (1953) muestran los entornos urbanos, en los que se mantienen una creciente desigualdad social; así lo comenta la investigadora Julia Tuñón cuando escribe que “en 1950 […] las clases populares ocupan 82% de la población, las medias 17% y los ricos son tan sólo 0.5%”. Entonces, a partir de estas realidades en el país, las representaciones estereotípicas de los personajes mostrarán al espectador un camino hacia cómo debe pensarse el entorno que le tocó habitar. De este modo, Rodríguez se sirve del melodrama que, siguiendo a Tuñón, su tema es:
«el sufrimiento humano, el que viven las personas en sus tragedias cotidianas y rutinarias. Procura la exaltación emocional y convoca a las lágrimas. Es el mundo de los sentimientos desmesurados y se expresa a través de una representación hiperbólica de lo visual y lo verbal, con una música que reitera las emociones.»
Así como en la primera película, en este segundo capítulo se siguen las convenciones utilizadas, una puesta en abismo inicial, una lectura (tomo II) que inician un par de niños desamparados al recoger el libro de la basura y una advertencia que ahora aboga por incitar el conocimiento del otro, el pobre tiene que acercarse al rico y este tendrá que hacer lo propio porque de esa relación emanará la armonía necesaria para la convivencia, cada uno de estos grupos sociales tiene algo que “el otro” posee y la complementación será la clave para la ¿“mejora” social?
La pobreza, como se mostraba en el primer filme pareciera ser un castigo pero también un “privilegio divino”, la riqueza, transforma al hombre, lo vuelve despiadado, cruel, ruin, como pareciera mostrarnos esta segunda parte en la que, al final, se muestra la redención, la armonía que, por medio de la muerte y la soledad, la desdicha humana, puede abrir los corazones en el prójimo. Más allá del exceso dramático, de la pérdida y, quizá más allá del servilismo que podría mostrar, este filme aboga por la sencillez para mostrar la necesidad de propiciar un diálogo entre realidades distintas porque muestra que, al final, todos necesitamos del otro.