Por: Carolina Díaz Flores
La muerte es un proceso que se encuentra presente en todas las etapas del ciclo vital, sin embargo, algunas de ellas están biológica y antropológicamente ligadas con el proceso de muerte, esto facilita la comprensión y aceptación por parte de familia y seres queridos, siendo incluso un catalizador del duelo. De estas etapas, la que más destaca es la vejez, pero con esto, no se debe asumir que la muerte de un anciano sea indolora o fácil de superar.
En general, en nuestra cultura se considera a la vejez como un camino con una única trayectoria: la decadencia del individuo en todas sus esferas (física, cognitiva y social) hasta llegar a la muerte. Estos hechos no sólo son estigmatizantes para los ancianos en vida, también los exponen a experimentar el proceso de muerte de una manera aislada y con poca o nula comprensión de sus necesidades. Una de las situaciones que más destaca, es el hecho de que con frecuencia se invalida al anciano para decidir sobre su propia experiencia de muerte, ya que se suele infantilizar al adulto mayor y por lo tanto, se duda de su capacidad de ser un agente proactivo en la toma de decisiones. Esto sucede sobre todo en enfermedades con un alto costo emocional (degenerativas, oncológicas, etc), donde se suelen tomar las decisiones terapéuticas desde el exterior: hijos, cónyuge y/o hermanos; minimizando la capacidad que el anciano tiene para decidir sobre un tratamiento específico, esto sucede, incluso en enfermedades que no comprometen las aptitudes cognitivas. En este mismo sentido, ocurre que se oculta información médica al individuo (muchas veces con la intención de disminuir el sufrimiento), sin embargo, se falta al derecho a la salud, a la información y a la autonomía.
Una persona anciana puede experimentar sus últimos años de vida de maneras muy diversas y en numerosos casos, es una experiencia con calidad de vida y bienestar positivo tanto para el individuo como para su entorno. Pero, hay que destacar que es innegable, que la vejez se acompaña de muchos duelos personales, por ejemplo, al notar disminución de capacidades físicas y cognitivas, se presenta tristeza y nostalgia, esta experiencia se vive de acuerdo a la situación previa y redes de apoyo con las que cuente. No será igual perder fuerza física para un carpintero que para un oficinista, ni será igual perder capacidad intelectual para un académico que para un guardia de seguridad. Cada experiencia resulta única, no sólo por los antecedentes personales, también por las redes de apoyo con la que se cuente, por ejemplo, es menos vertiginoso padecer una agonía prolongada dentro de un hospital si se tiene una pareja e hijos amorosos que acompañen y consuelen, a padecer el mismo proceso al ser viudo y vivir en soledad.
Ante este escenario, es importante promover esfuerzos que resignifiquen la vejez, de una concepción de pérdida y vulnerabilidad, hacia nuevas visiones que permitan integrar socialmente a los ancianos. Con el objetivo final, de que cada adulto mayor sea parte activa en la toma de decisiones, tanto en la vida como en el proceso de muerte.